Un sencillo homenaje a los papas de nuestros tiempos.
Mi vida ha visto transcurrir cinco papados: Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora el Papa Francisco.
Del primero de ellos guardo un ligero pero contundente recuerdo, en especial aquel día de 1978 (tenía yo casi los 12 años de edad) en que por primera vez escuché (de labios de mi madre) sobre la muerte de un Sumo Pontífice, recuerdo que era la hora de la salida de la escuela y no olvido todo el revuelo que ello causaba. Se vino de inmediato a mi mente aquella bendición apostólica con la foto y firma del papa Paulo VI y que llevaba desde que tenía yo uso de razón, colgada de un marco en nuestro hogar, y fue así que hasta ese día comprendí – que a diferencia de lo que suponía – que el Santo Padre era un ser que también habría de llegar al final de sus días.
Paulo VI
Pero cuán clara iba a quedar la fragilidad humana del papa, cuando a los 33 días de haber vivido con algarabía la elección en cónclave de aquel afable y apacible Albino Luciani -quien adoptó el nombre de Juan Pablo I- tuvimos que digerir el choque emocional que representó el fallecimiento de quien se ganó con su sonrisa el cariño de toda su grey. La inédita experiencia vivida semanas antes de la muerte de un Papa, pronto se convirtió en algo casi familiar, de inmediato anticipamos lo que vendría: un cónclave y una elección de un nuevo Papa.
Juan Pablo I
En efecto, vino un nuevo cónclave y con él, la revolución que causó la elección de un Papa no italiano (el primero en cientos de años) pero que además provenía de la Europa sometida por el yugo comunista que suponía el influjo de la Unión Soviética a sus países satélites. Y con un toque adicional que abonaba a la disrupción de su antecesor, el experto Cardenal Wojtyla se hizo nombrar Juan Pablo II, dando continuidad a la decisión de su predecesor.
Juan Pablo II
Todo esto hizo que el año 1978 se le conociera como “el año de los 3 Papas”, y sí que lo fue.
Aprendimos, de manera "brutal" quizá, que es el Espíritu Santo quien sostiene a un Papa, pero que su naturaleza humana no queda exenta de envejecer, de enfermarse, ¡de morir!
En este breve periodo de tiempo que transcurrió, muchos (incluso los más jóvenes) nos preguntábamos: ¿y cómo hace Dios para escoger a su representante en la Tierra? Claro que esto es todo un misterio. Y lo seguirá siendo. Pero es sorprendente cómo el Espíritu Santo inspira a los cardenales electores para guiarlos al hombre más idóneo para el momento particular de la historia. Un Pablo VI que tuvo que conducir la barca por los mares del post concilio (cuyos efectos aún se viven a más de 50 años de su celebración). Un Juan Pablo I que con su efímero pero cálido pontificado sirvió de puente para la transición que supuso el prolongado, fructífero y audaz pontificado del hoy san Juan Pablo II.
El pre-concilio y el posconcilio
Es probable que, para muchos de los que leen esto, les resulte más familiar la gestión de Benedicto XVI e incluso la del Papa Francisco. Espero que también nos lean algunos quienes en su mente guarden un recuerdo del gran san Juan XXIII. Yo conozco solamente por lecturas o películas biográficas, una gran cantidad de anécdotas sobre el "Papa bueno" y de manera particular la gran carga sobre sus hombros que tomó al convocar al Concilio Vaticano II. Ese peso solamente puede sobrellevarse cuando se asume una profunda disciplina de oración y por así decirlo, abrir una “línea directa” con el Espíritu Santo. Ejemplo que todos podemos imitar en la circunstancia de nuestra vida en particular y sus deberes de estado.
Los Papados del Tercer Milenio
Fue Juan Pablo II el encargado de introducir a nuestra Iglesia Católica en el tercer milenio. Y al marcharse a la casa del Padre en el 2005, fue el turno de Joseph Ratzinger para asumir el papado adoptando el nombre de Benedicto XVI (honrando así al Papa Benedicto XV a quien le tocó gobernar la Iglesia justo desde el estallido de la Primera Guerra Mundial hasta el 1922).
Benedicto XVI
Teólogo con gran claridad de ideas y profundo conocimiento de las verdades de nuestra fe y de la moral, Benedicto XVI viene a conducir la Iglesia en una de las horas más oscuras para la verdad, en un mundo plagado de relativismo y de desprecio por lo moralmente correcto. Y es Benedicto XVI quien marca otro registro escasamente visto en la historia de nuestra Iglesia, al renunciar a su encargo petrino en el año de 2013, dando paso a otro hito inédito en la historia: el nombramiento de un papa nacido en el continente americano, en particular, en Argentina. Francisco, un gobernante de la Iglesia que revoluciona tradiciones circunstanciales del papado como el habitar el palacio apostólico para irse a vivir a una especie de “posada”. Y no es que los anteriores hicieran mal en vivir en dicho aposento, por supuesto que no, pero con ese gesto marca una línea que se proyecta en todas las direcciones, tanto de quienes ejercen un cargo dentro de la jerarquía como de los que, como laicos, debemos también de comprometernos en el servicio a los demás, si es menester a cambio de despojarnos de privilegios bien ganados.
Francisco I
El final del año 2023 trajo consigo la triste noticia del fallecimiento del papa emérito (figura a la que no estábamos acostumbrados) Benedicto XVI, quien desde su encierro y con profunda entrega a la oración estuvo apoyando, aún a costa de su tremendamente debilitada condición física, a su sucesor Francisco en el de por sí pesado trabajo de conducir a la dos veces milenaria Iglesia Católica, y a sus aproximadamente un mil millones de bautizados. Y sí, somo mil millones de almas, de cabezas, de mundos, de realidades… Pero a pesar de ello, la verdad revelada sigue siendo una, los valores tradicionales de nuestra Iglesia permanecen inmutables, y el Magisterio de la Iglesia debe continuarse salvaguardado de la circunstancialidad de las “modas” del momento y porqué no decirlo, de los ataques y las seducciones que afloran en estos tiempos en que la inmediatez de las comunicaciones trata de imponer sucedáneos de la verdad, o mejor dicho de la Verdad (así con mayúscula).
Sea esta reflexión sobre la historia de los papados, que a quien esto escribe le ha tocado ser testigo presencial y vivencial, el motivo de pedirte que tengamos el firme propósito de encomendar todos los días al Papa, que el Santo Espíritu sea su luz y guía y de manera importante su fortaleza. Seamos factor de unión alrededor del Santo Padre, que él cuente con nosotros y no seamos nosotros quienes pretendamos dictarle su actuar. Seamos comprensivos a su persona, a sus carencias, pero sobre todo a su tremenda responsabilidad, la mayor que existe en toda la Tierra. Al final del día, es ese hombre, llámese como se llame, es la “piedra” sobre la que Cristo prometió edificar su Iglesia. Y como dice siempre Su Santidad Francisco: “no olviden orar por mí...”
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