Por un lado, se privilegia el tener por encima del ser, y por el otro se pretende "satanizar" la prosperidad. ¿Cuál es el camino a seguir?
Vivimos en una sociedad cada vez más polarizada. Y una de las métricas que se pretende usar con mayor frecuencia para sortearnos a las personas, es la que tiene que ver con la posesión de riquezas: si se tienen recursos económicos, se cae en una bolsa. Si se carece de ellos, te pondrán en otra bolsa. Y ambas bolsas, luego, se contrapondrán buscando crear ociosos y prejuiciosos conflictos de unos contra otros.
Pero entonces, yo como cristiano, ¿cuál debe ser mi postura al respecto? Un punto de vista objetivo y buscando sustentarlo a la luz de nuestra fe es que, es totalmente erróneo (e incluso hasta anti cristiano) el pretender confrontar a las personas, en función de un criterio meramente material.
Sin que sea un tema simplón, sí ayuda sin embargo el ponerlo en un plano libre de reflexiones complejas que poco pudieran ayudar a ubicarlo en su justa dimensión. Tratemos de ponerlo como un libro de balance, colocando en un lado lo que sí puede considerarse como "en línea" a lo que nuestro Padre nos pide, o en su defecto poniendo del otro lado de la balanza si claramente no guarda congruencia con las enseñanzas cristianas.
¿Qué sí es cristiano, en esto del tener y del poseer?
Un buen cristiano buscará abrazar un sano y genuino espíritu de superación, basado en una cultura del esfuerzo. En el Génesis leemos que Dios pensó la creación como un retador campo de acción para el hombre, y esperando como buen Padre, con ilusión, ver cómo sus hijos logran dominar y mejorar lo recibido. Los Boy Scouts, movimiento de inspiración cristiana, practican un sencillo pero aleccionador principio (auténtica regla de oro para nuestra vida y cotidianeidad) para cuando exploran y visitan una zona, el cual es "dejarla mejor que como la encontraste". Créemelo, Dios nos sabe limitados, pero ¡no nos quiere echados en la hamaca! Alguna ocasión me explicaba un hombre sabio que solía viajar por todo el mundo, que en la India, el sistema de castas estaba diseñado para que los nacidos en las capas más humildes de la sociedad, no intentaran hacer nada por mejorar su situación, so pena de violentar la voluntad de su dios. ¡Nada más lejano a la concepción cristiana de un Dios Padre, bueno y providente, y de lo que espera de sus hijos! Uno de los caminos de evangelización surgido en el siglo XX, el Opus Dei, tiene como carisma, además del llamado universal a la santidad, el buscar esa santidad "en el cumplimiento de los deberes ordinarios de cristiano". Una síntesis de ello -si es que cupiera concentrar tanta enseñanza en una frase- la decía su fundador San Josemaría Escrivá: "haz lo que debes y está en lo que haces..."
La propiedad privada es uno de los valores que se deben custodiar y respetar escrupulosamente desde la perspectiva de una sociedad cristiana. Es la propiedad privada, lo que sustenta una genuina cultura aspiracional, que en todo caso se contrapone a la insana mediocridad y conformismo. Si bien es cierto que en las primeras comunidades cristianas, se vivía en un ambiente de compartirlo todo, lo que estos proto cristianos nos enseñan, no es que la propiedad privada sea contraria a la vida cristiana en sociedad, sino con lo que debemos quedarnos es con ese sentido de solidaridad y subsidiaridad con que las primeras comunidades se protegieron de las graves amenazas del exterior que buscaban liquidar el florecimiento del cristianismo. Clave en ello fue la generosidad y el desprendimiento de quienes poseían más bienes, en favor de aquellos que como predominaba en dichas culturas, difícilmente el sistema socioeconómico propiciaba el poder forjar un patrimonio decente. Cuántas narraciones en la Sagrada Escritura que dan cuenta de la desgracia, por ejemplo, de las viudas, quienes al morir su esposo -fuente del sustento diario- literalmente quedaban desamparadas, al menos que tuvieran a su vez un hijo que aportara su trabajo para proveerles. Cuánto bien hizo el surgimiento y maduración del principio de propiedad privada en la civilización post-feudal para justamente hacer más accesible a las familias una reserva patrimonial para tiempos de crisis. El problema de dichas culturas -hasta la nuestra- no es la posibilidad de generar patrimonio, sino la irracional acumulación de unos cuantos en contrapartida al desarraigo patrimonial de amplios sectores de la población. Y es justo la Doctrina Social de la Iglesia (de la que seguramente nos encargaremos en otra ocasión) la que pretende dar luces a los católicos sobre el correcto uso y disposición de los bienes materiales.
Sin duda alguna, es cristiano el poner a disposición del bien común y de nuestra sociedad los frutos bien habidos de nuestro trabajo. No se trata por supuesto de una mera actitud asistencialista, de una parca filantropía sin caridad cristiana ni mucho menos de una mezquina "reinversión" de ganancias buscando una rentabilidad mediática. Lejos de ello, consiste en sabernos gravados, como decía aquel Santo Padre, "a toda posesión material le corresponde una hipoteca social" que se deriva como una consecuencia razonable de haber sido favorecidos con prosperidad. Opciones las hay muchas, lo importante es la actitud de buscar retribuir de lo mío a quienes han sido menos prósperos que yo.
Luego en consecuencia, es definitivamente muy cristiano el tener siempre en mente que los bienes materiales, nos han sido prestados en esta vida para satisfacer sí nuestras necesidades y las de aquellos que dependen (laboral o familiarmente) de nosotros, pero también para que dediquemos una parte de ellos a aliviar las necesidades de otros con los que lícitamente no tendríamos obligación civil de hacerlo, pero sí un deber de cristianos. Entonces, no es cristiano el sentido mezquino y avaro de considerar los bienes propios como míos en definitiva, por siempre y para siempre. ¿Cómo hago operativo este pensamiento en mi vida diaria? No es el caso, salvo ocasiones muy concretas donde Dios así lo ha pedido, el que todo el mundo busque liquidar sus bienes y salir a repartirlos a los pobres. Ayuda más, por lo ordinario, el propiciar con dichos bienes un progreso económico que se traduzca en empleos y en generación de riqueza, que a su vez impulse el bienestar de la sociedad donde florecen dichos empleos. Y es que el medio ordinario para distribuir el progreso material y humano de una sociedad, es justamente la empresa que no es otra cosa sino el mecanismo para realizar un ciclo económico positivo por principio. Una cosa es que existan en un momento dado malos empresarios, y otra muy distinta el que la empresa y el empresario por sí solos sean un concepto malo. Nada más alejado de la verdad. Por eso, quienes tengan el rol en la sociedad de ser emprendedores, básicamente deberán estar alertas a las necesidades de los demás, comenzando por las de aquellos que quizá dependen de las fuentes de trabajo creadas por ellos mismos, luego las de su entorno social. Estar siempre prestos a ayudar, como en el Evangelio, "sin que la mano derecha sepa lo que hace la izquierda", sin buscar los reflectores ni los likes de las redes. Privilegiando la ayuda que tenga más posibilidad de replicarse en una mejora de las condiciones de vida de los asistidos (enseñar a pescar más que a regalar pescados), sobre todo cuando va dirigida a quienes tienen posibilidades de ver por sí mismos pero han carecido quizá de las oportunidades. Pero sin olvidar a aquellos que por su condición de salud, o de edad ya no pueden valerse por sí solos y ahí sí aplica una directa y franca asistencia subsidiaria sin más requisito. Un tip, si te duele dar es que aún no has terminado de madurar tu sentido del desprendimiento, el cual solamente se perfecciona con dos ingredientes: practicando el dar, y si sigue doliendo, practicar el amor al dar.
En el fondo, lo más cristiano es que consideres y actúes desde la premisa que el dinero NO es un fin, sino un medio. La gran diferencia entre la felicidad que te puede dar lo material y la desdicha que te produzca, definitivamente radica en esta clave: si consideras lo material como un fin "per se" caerás en la trampa de buscar tener por encima del ser, no repararás en métodos (genuinos o ilícitos) para llegar a acumular, y al final del día, no habrá bienes (ni en cantidad ni en calidad) que logran llenar tus anhelos de felicidad. En cambio, si partes de la premisa que lo material, más que un fin es un medio, entonces te enfocarás en el verdadero fin de esta vida: alcanzar tu salvación para la otra vida, y así entonces orientarás todos los medios (incluyendo los materiales y tus posesiones) a que se dirijan a esa última felicidad que buscas. Así tendrás serenidad cuando tengas días de escasez, y no perderás tampoco la paz que suele romperse cuando el dinero llega de más. Sí, no es falacia, no solamente se vive impaciente cuando el dinero falta, sino también me ha tocado constatar en muchas ocasiones la tremenda ansiedad que le produce a la gente centrada en el materialismo, la realidad de tener que cuidar y defender su fortuna ante lo incierto que resulta ser el caminar por esta vida. Decía un dicho de mi tierra: "nada más tranquilo que un bolsillo vacío..." Si bien hemos dicho que es genuino para un cristiano el aspirar a superarse (incluso en lo económico) y que la propiedad privada es un principio totalmente compatible con nuestra fe, también es cierto que ante las duras pruebas de la escasez (que las hay sin duda) es donde se forja la auténtica confianza en Dios providente. Narraban en alguna ocasión una anécdota de las casas de las Hermanas de la Caridad (fundadas por Madre Teresa de Calcuta), que solían no tener refrigerador. Cuando les preguntaban el porqué, la respuesta era simple: no nos preocupamos de qué comeremos mañana puesto que Dios providente se encargará de ello. ¡Sumamente retador este testimonio a nuestra débil confianza en la Divina Providencia!
¿Qué no es tan cristiano en el aspecto del tener?
No es el tener, sino el apego al tener. Es el apego como la piedra de molino al cuello que amarra irremediablemente nuestro corazón a nuestra posesión. No tiene que ver ni siquiera con la cantidad de bienes, sino con el grado de aferramiento que tengamos a dichas posesiones. Cómo se me viene a la mente aquella persona que dejó huella en mi preparación profesional, dueño de un importante grupo de empresas a nivel internacional, que vivía enamorado de su tarea de empresario, siempre procurando el bienestar de sus trabajadores en diversas partes del mundo. Su enseñanza era que si bien enfrentaba arriesgadas encrucijadas al poner en juego su fortuna para crear empleos (bien pudiendo tener todo en una cómoda y segura inversión bancaria), no se podía dar ese lujo puesto que su único mérito era haber nacido en una familia rica sin haber hecho nada para merecerlo. La única forma de corresponder al Creador era llevando el progreso del trabajo remunerado a lugares donde éste hacía falta. Parafraseando un pasaje del Evangelio: donde está tu riqueza, ahí está tu corazón. Nuestro querer siempre estará irremediablemente (y porqué no decirlo, muy comprensiblemente) atado a nuestros tesoros. Temerariamente te diría que no está mal que sea así, siempre que en tu lista tengas como prioridad de tu querer las cosas de Dios, o mejor dicho, a Dios y sus negocios. Y después vayas poniendo en su justa dimensión lo que es efímero con una prioridad acorde a su caducidad.
Palabras claves
Antes del tener, es el ser.
A Dios le hace ilusión el verte progresar, más no te valora porque tengas más, ni te deja de querer por tener menos.
La propiedad privada es una valor de la civilización cristiana, más no el centro de ella.
Las posesiones materiales no son de ninguna manera malas, lo malo es el apego desordenado a ellas.
Un apego ordenado a los bienes se traduce en una cristiano afán por poner a disposición de los demás (sobre todo de los menos favorecidos que tú) aquello que te ha sido dado para compartir en la medida de lo posible. ¿Y cuál es esa medida? La sana generosidad que nace de la conciencia de que los bienes no nos pertenecen en definitiva.
Las corrientes ideológicas que satanizan el genuino progreso material (equilibrado con un crecimiento en todas las dimensiones de la persona) y que tienden la trampa del igualitarismo (que se opone al espíritu de superación) han demostrado ser lo más alejado del cristianismo. Por ello el comunismo, que hunde sus principios en un ateísmo, termina materializándose en una disminución del ser por un traicionero afán de igualdad en el tener.
Que el dilema del tener o no tener, no sea una encrucijada en tu vida.
Da lo mejor de ti en todas las dimensiones de tu persona: en lo espiritual, en lo intelectual, en lo afectivo y también en lo material. Ponlo todo en una escala, orienta y ordena tu "tener" a una sana aspiración por "ser": ser mejor ciudadano, ser mejor persona, ser mejor cristiano y en última instancia, ¡ser ese hijo de Dios que Él ha pensado y anhelado que seas!
Estimado Oscar.
Muy buen comentario, acorde con nuestra realidad y nuestro cristianismo, ojalá te puedan leer muchas personas; porque es una buena reflexión sobre el tener y el deber.
Te felicito por tu exposición.