Admito que soy 100% culpable de padecer el síndrome “sin ganitis”, esto quiere decir que no todo el tiempo tengo ganas de hacer las cosas que una vez, con muchísimo entusiasmo y amor, dije que siempre haría, ¿les suena familiar? Simón Pedro y yo tendríamos una muy buena batalla de eventos de “sin ganitis”.
Y es que el primer problema es prometer de una manera exagerada algo que yo sé que no podré cumplir, ¿o tal vez soy demasiado optimista? Seguramente pienso que sí podré lograrlo. No lo sé, el punto aquí es: ¿qué hacer cuando nos ataca este espantoso síndrome?
Al principio sonó como una pregunta que podría tener respuestas del tipo: "la disciplina es hacer todo aquello que no queremos por un bien mayor", "si me concentro en la meta lo voy a lograr", "hay que pensar como alguien exitoso" (léase con voz de Shark tank)... Y bueno, suena muy bien pero, ¿y las fuerzas de dónde las saco?
Hace mucho leí un libro llamado “Los 7 hábitos de los adolescentes altamente efectivos” del escritor Sean Covey, y el autor recomienda que establezcas un centro de vida para que, cuando las cosas se pusieran oscuras y complicadas, no desfallezcas en el intento y puedas seguir avanzando.
En ese momento de mi vida no creía en Dios, mucho menos seguía a Cristo, así que mi centro seguramente era algo como "ser feliz" o cosas por el estilo. Cuando tuve mi primer encuentro con Él, recordé este gran consejo sobre establecer un centro y pensé “ahora mi centro es Dios”. Y desde el punto de vista del cristiano tiene lógica, pero ¿realmente se aplicó?
Podría resumirlo en un “sí” o “no”, pero el suspenso es parte importante del mensaje. La cosa sucedió así: yo era una persona muy controladora (aún lo soy un poco), lo cual se extrapolaba a mi relación con Dios, me costaba mucho abandonarme en Él, pero sabía que quería vivir y seguir mi camino a como Él me lo pidiera. Lo consideraba mi Centro y en cada cosa que hacía me preguntaba si era agradable a Él. Vivía de acuerdo a “las reglas”.
No podría decir que el darme cuenta de esto se dio se golpe, creo más bien que ha sido progresivo… Poco a poco he ido entendiendo que no lo puse a Él como mi Centro, sino que le volví como una especie de filtro, donde el fin máximo era mi felicidad. Por supuesto que Dios sería un grandioso filtro para todo lo que hacemos, pero, ¿no tendría que ser Él, en todo caso, el que decidiera qué se debe de filtrar, si se supone que lo es Todo en mi vida? ¡Exacto! Ahí estaba el problema, vivía la vida para mí, mi centro era yo, dejaba que Dios, sólo sellara mis decisiones con un “aprobado” o “no aprobado”. Y eso no era abandono: seguía queriendo controlarlo todo.
Después de esto, todo "hizo click".
Mi corazón, al estar hecho para ser saciado solo con el Amor de Cristo, no encontraba suficiente motor en mi “felicidad”.
Ser yo misma mi centro, claro que no fue suficiente para salir adelante, pues no había (ni hay, ni habrá) manera de estar completa sin Él. Hasta ese momento le había permitido tener juntas creativas conmigo, como alguien a quien consultaba para tomar decisiones, que casi siempre fueron decisivas; no es lo mismo tenerlo como consultor que tenerlo como Director creativo.
Ya entiendo que, no se trata de elegir un centro para que sea el motor cuando los eventos del “sin ganitis” nos ataquen, no se trata de solo tomar en cuenta a Dios para las decisiones que debemos tomar, se trata de que Él sea nuestra decisión, única y final, se trata de que Él sea nuestra fuerza, al final del día...
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