En el camino del cristiano encontramos muchos conceptos importantes que nos ayudan a clarificar nuestra relación con Dios, y uno de ellos es la virtud. Según el numeral 1803 del Catecismo de la Iglesia Católica, la virtud se define así: "…disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas".
"Tiende hacia el bien", el que vive en virtud es porque a elige a conciencia vivirla, no es meramente un acto involuntario que se da por reflejo, por lo menos no en sus primeros años. Muchas veces requiere todo nuestro esfuerzo, porque sinceramente no es una tarea sencilla. Sin embargo, lo más importante sin duda es entender la motivación de todo este esfuerzo: querer amar a Dios y buscar la unión constante con Él.
Suena maravilloso, ¿no? Y es que ese es el estado ideal del ser humano, pero ¿puede ser ese estado ininterrumpido cuando nos encontramos aún en la vida terrena? Como dije al principio, en el camino del cristiano nos encontramos con muchos conceptos importantes y de entre todos hay uno especialmente importante y doloroso: el pecado.
Si bien el tema del pecado es bastante amplio, en esta ocasión no quiero intentar explicar sus bases teológicas o cómo ha sido parte de la historia de la salvación. No, me voy a limitar a abordar ese sentimiento que surge después de pecar y lo que hacemos con él, ese momento que yo llamo “la caída”.
A medida que vamos caminado con Jesús, vamos aprendiendo más y más sobre las cosas que nos acercan a Él y también sobre las que nos alejan. Imagino una especie de escalera en la que vamos avanzando como fruto de nuestro esfuerzo (las virtudes), pero ninguna subida, o camino, o escalada está libre de obstáculos. Cada quien tiene sus obstáculos personales, su "talón de Aquiles", podemos ir muy bien en el camino, pero la voluntad del hombre es naturalmente quebradiza y aún si hemos trabajado mucho, y sobre todo si hemos trabajado poco, es inevitable caer.
Pero, ¿qué pasa cuando caemos?, ¿hay una forma "correcta" de hacerlo?, ¿qué hacer cuando tenemos el corazón tan "apachurrado", pues le hemos fallado al Amor de los amores? Lo sé, es una sensación horrible; te fallaste a ti, le fallaste a los demás y, sobre todo, le fallaste a Él. Nada de lo que esté en tus manos puede enmendar ese error y esa herida en tu alma. Y Dios lo sabe, por eso dio su vida por nosotros y lo hace en cada Eucaristía.
Si lo analizamos, el pecado es un acto de insensatez, lo ideal no es cometer otro una vez que hemos caído, ¿a qué me refiero? Deja que lo explique con dos ejemplos:
Judas, un amigo cercano a Jesús y su discípulo, tuvo un momento de flaqueza que le costó la vida a su amigo: lo entregó por unas monedas. Al ver los horrores a los que sometieron a su amigo gracias a su acto de traición, no pudo soportarlo y arrepentido de todo, decidió dejarse llevar por la culpa, quitándose la vida, olvidando un punto muy importante: el amor de Dios es eterno. El verdadero pecado de Judas fue pensar que su pecado era más grande que la misericordia de Dios. Judas decidió "caer" en culpa y soberbia.
En cambio, Pedro, un amigo apasionado de Jesús que le había prometido no dejarle nunca, quien lo siguió desde el comienzo, se vio preso del miedo y lo negó cuando le cuestionaron si era amigo de Él. Es cierto que el error de Pedro no le costó la vida a Jesús, sin embargo, hubo un acto de traición, ¿y qué hace Pedro? No tenemos certeza de qué pasó por su cabeza pero, sí sabemos cómo reacciona ante Jesús cuando le pregunta si lo ama: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero" (cfr. San Juan 21,16).
¿Cómo podemos traducir esto?, ¿acaso Pedro olvida lo que hizo? No, Pedro decide "caer" en la humildad; en la humildad de reconocer que ha fallado pero, que no puede levantarse por sus propios medios, sino de la mano de Cristo. Pedro se permite ser sanado y cobijado por el Amor de su Amigo.
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