Orar
- Angie

- 5 sept 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 30 oct
Textos bíblicos para profundizar este post:
Job 7, 1-4.
Salmo 147, 1-6.
1 Corintios 9, 16-19; 22-23.
San Marcos 1, 29-39.
¡Estoy ocupada! Tantas cosas en mi mente, tantas que quiero hacer… o mejor dicho, tantas que ya debí haber hecho, como ayer.
«De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario, y allí se puso a hacer oración» (Mc 1, 35).
Vivimos corriendo. No importa a qué nos dediquemos, todos estamos ocupados, estresados y saturados.
Y la mayoría de las veces, confundimos el ajetreo con la productividad.
Seamos honestos: vivimos en una sociedad que glorifica el estar ocupados.
Hemos creado tecnología para tener más tiempo libre, pero —ironías del progreso— terminamos más distraídos que nunca.
Antes de este momento del Evangelio, Jesús también estaba ocupado: había hecho milagros, expulsado demonios, predicado a las multitudes.
Conocía su misión y seguía adelante con firmeza.
Y aun así, se detenía a orar.
Jesús se levantaba antes que los demás, buscaba un lugar solitario y se encontraba con su Padre.
A través de la oración, recordaba quién era y para qué estaba allí.
Nosotros, como discípulos suyos, estamos llamados a hacer lo mismo: a detenernos, a respirar, a mirar al cielo y volver a escuchar Su voz.
En el mismo pasaje del Evangelio se nos da una “receta” para acercarnos a Cristo en los momentos de necesidad:
«La suegra de Simón estaba enferma con fiebre. Inmediatamente le contaron sobre ella. Él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Entonces la fiebre la dejó, y ella se puso a servirles» (Mc 1, 30-31).
Mira el orden:
Los discípulos le contaron a Jesús lo que pasaba.
Jesús se acercó.
La tomó de la mano.
La levantó.
Y ella se puso a servir.
Así de simple. Así de profundo.
Una vida de oración auténtica se parece mucho a esto: hablar con Jesús, dejar que Él se acerque, que nos tome de la mano y nos levante. Y cuando lo hace, el corazón sanado no puede quedarse quieto: sirve, ama, agradece.
Dios nos llama amigos, no esclavos. Nos invita a conversar con Él, a abrirle el corazón, a confiarle nuestras ideas, heridas y deseos. No se trata solo de pedir, sino de compartir la vida con Él. Como los discípulos, llevémosle nuestras súplicas y preocupaciones. Y después, dejémosle hacer el resto.
Haz un espacio sagrado en tu día para conectarte con Dios. Defiende ese tiempo con amor y decisión. La oración no roba tiempo: lo redime.
Desde mi corazón al tuyo,
Angie M.








Gracias por compartir bellas reflexiones Dios los continue bendiciendo 🙏