La meditación inspira creatividad. Sin embargo, no tendemos a pensar en la meditación y la imaginación de manera conjunta: la primera requiere concentración y la segunda exploración.
San Ignacio de Loyola nos enseña que nuestra imaginación puede ayudarnos a orar cuando comprometemos nuestros sentidos "a propósito". La meditación dentro de la espiritualidad de ignaciana, no se trata de liberar nuestras mentes; se trata de atraernos a las Buenas Nuevas del Evangelio a través de la narración y la sensación.
La práctica de la oración imaginativa proviene de dos conceptos teológicos importantes:
Dios hizo nuestra imaginación. El mismo Dios que actuó en la historia bíblica, que creó el mundo entero, también creó nuestra imaginación. Por lo tanto, es correcto usar este don dado por Él, para comprender y personalizar mejor el don supremo de Dios, Jesucristo.
Dios se hizo hombre en la Encarnación. Esto significa que Dios eligió comunicarse con nosotros a través de las cosas de este mundo. Dios se revela a través de lo tangible. Entonces, imaginar los aspectos físicos y sensoriales del Evangelio es una forma de oración auténticamente católica.
En su libro "Los ejercicios espirituales", San Ignacio describe cuatro semanas de prácticas espirituales diarias. Es una guía para la oración contemplativa y está diseñado para ser leído en partes, para permitir precisamente la meditación, la reflexión y la práctica.
«Porque no es saber mucho, sino darse cuenta y saborear las cosas interiormente, eso contenta y satisface el alma» (San Ignacio de Loyola).
Ver a través de los ojos de Dios
La oración imaginativa aparece por primera vez en la segunda semana de Los Ejercicios Espirituales, cuando San Ignacio presenta una meditación sobre la Encarnación, cuando el Hijo de Dios tomó forma humana en la persona de Jesús. Y nos anima a imaginar cómo ve y siente Dios, ahora y a lo largo de la historia de la Salvación. Imaginar cómo el Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ven el mundo tiene la intención de ayudarnos a “seguir e imitar a Nuestro Señor”.
San Ignacio nos da tres formas de imaginar la visión de Dios del mundo, así como las de María y los ángeles. Se comienza con una oración de petición, para recibir “conocimiento interior del Señor”. Estos ejercicios nos obligan a salir de los límites de nuestra mente y nuestra humanidad hacia lo divino.
Imagina la visión de Dios en el mundo, viendo a todas las personas y lugares.
Ve a las personas: cómo visten, cómo actúan ante las situaciones que se les presentan, ¿están enfermos o saludables?, ¿lloran o ríen?, etc.
Presta oído para escuchar lo que dice la gente y cómo responde a Dios.
Escucha lo que dicen las personas sobre la faz de la Tierra, es decir, cómo hablan entre sí, cómo juran o blasfeman, etc.
Observa las acciones de la humanidad, buenas y malas, y cómo reacciona la persona a Dios.
Trabajar con todo su esfuerzo, luchar para un mundo mejor, cuidar del medio ambiente, hasta el acto más ruin: asesinar.
A través de cada uno de estos puntos de vista, experimentamos quién es Dios y cómo le afecta el funcionamiento del mundo. Esta perspectiva nos prepara para expandir aún más nuestra imaginación y representar nuestro propio papel en la historia del Evangelio.
Entra en la historia del Evangelio
La oración imaginativa continúa en una meditación sobre la Natividad de Nuestro Señor. Esta vez, San Ignacio nos pide que nos ubiquemos dentro de la historia de la Salvación.
Pregúntate quién hubieras sido, qué emociones habrías sentido, cómo fue el viaje de Nazaret a Belén… Esto nos coloca en la narración divina del Evangelio, para que podamos experimentarlo como nuestra propia narrativa. Nos permite conocer a Cristo a través de la historia de su vida y muerte.
Cuando comiences esta meditación, involucra todos tus sentidos para una inmersión total en la historia. Visualiza a las personas, el entorno y las emociones, el largo viaje que has hecho para ir a conocer al Rey.
San Ignacio nos invita a activar cada uno de nuestros cinco sentidos:
Vista: “Ve a las personas con la vista de la imaginación, meditando y contemplando en particular los detalles sobre ellas”.
Oído: “Escucha… de qué están hablando o podrían estar hablando”.
Olor y sabor: “Huele y… prueba la fragancia infinita y la dulzura de la Divinidad, del alma y de sus virtudes, y de todo, según la persona que estés contemplando”.
Tacto: “Toca… como por ejemplo, para abrazar y besar los lugares donde esas personas ponen sus pies y se sientan”.
San Ignacio comparte que entrar en la visión de Dios y las historias del Evangelio lleva a “reflexionar sobre uno mismo y sacar provecho de ella”. Somos capaces de contemplar los misterios de la fe con menos crítica intelectual y más sintonía emocional. Podemos aplicar la misma exploración sensorial y oración imaginativa a toda la Escritura.
Esta contemplación ignaciana nos abre para dejar que el Espíritu Santo trabaje dentro, a través y alrededor de nosotros.
¿Te animas a orar imaginando?
De mi corazón al tuyo,
Angie M.
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