El ambiente se llena de sonrisas y buenos deseos, la armonía flota en el ambiente.
¿Quién es este hombre que todo lo remedia?
¡Ecce homo!
Del triduo pascual a la Nochebuena transcurren tres cuartos del año. Cómo han volado los días desde ese Viernes de Pasión en el que recordamos la escena que llena tremendamente de angustia e indignación cuando Pilatos nos presenta un Cristo bordado de heridas y bañado en sangre: “¡ecce homo!”. Sí, ¡miren al hombre! Ese hombre que en Nochebuena contemplamos llenos de ternura, que irradia paz, que absortos y embelesados adoramos en toda su grandeza y humildad, llegado al mundo en esa pequeña y escondida porción de esta Tierra, Belén, que le recibe en el más sencillo recinto. Y qué más daba si era un gran palacio, ¡si igual no podría contener su grandeza! ¿Será capaz el más devoto de los hombres, llegar a contemplar en todo su esplendor tan grande misterio? ¿Quién es este hombre al que los mismos ángeles han venido a escoltar a la Tierra? ¿Quién es este niño del que tanto hablaron los profetas en los miles de años que profetizaron de avanzada su llegada? ¿A qué ha venido? ¿Es verdad que se ha abajado para venir a salvarme? De ser así, entonces cambio la pregunta, ¿quién soy yo para merecer todo este plan de redención?
Una a una, caen las notas de esta sonata
La Nochebuena se parece mucho a una sonata. Intervienen varios actores, abunda la armonía y sobre todo se compone de varios movimientos. Es como un cuento relatado con la gracia de la música, ese lenguaje universal para el que solamente basta escuchar, cerrar los ojos y dejarse llenar el corazón de sentimientos. A la Nochebuena la antecede el peregrinaje de José y María, en pleno invierno, a lomo de bestia, para ir a cumplir un ordenamiento de César Augusto para censarse en la ciudad de David: Belén (que significa “casa del pan”). Venturosa premonición de quien se convertirá en el Pan que da vida.
De manera que cada escena que vamos degustando, hilvana esta hermosa sonata que nos narra la noche más venturosa de toda la historia de esta humanidad errante. Al calor no solamente de los animales del establo, sino sobre todo arropado por el cálido recibimiento que da el amor puro y genuino de unos padres –María y José– y del Padre del Cielo que ha enviado a su Hijo a redimirnos, ahí, nace en Belén, convertido en el centro del Universo, Jesús Niño, verdadero Hombre y verdadero Dios. No es solamente la noche más maravillosa que jamás haya existido, sino el inicio armonioso de la mayor historia de amor jamás narrada.
Disfruta esta noche, como en una sonata: cierra tus ojos, abre los oídos del alma, mueve todo tu ser al ritmo de esta historia, y sobre todo llena tu corazón de ese amor rebosante y que todo lo sana. El amor hecho hombre, se hace presente para cada uno de nosotros en especial: para mí, para ti.
“Que esta noche es Nochebuena y mañana Navidad…”
Sello ineludible de estos días son los alegres villancicos. Uno de ellos canta así. Con esa espontaneidad y candidez, se da cuenta de lo que se vive el 24 de diciembre, una noche llena de nostalgia a veces, y otras de desbordante algarabía. Y a los sentimientos encontrados de la Nochebuena, le sigue el día que toda la creación había esperado: la Natividad, la Navidad, el día del nacimiento del Señor. Te has preguntado: ¿porqué Dios escogió esta época para llegar al mundo? Yo sí. Me gusta meditar sobre las tantas y variadas posibilidades: para solidarizarse con los que pasan hambre y frío, para exaltar nuestra nostalgia que el invierno trae, para darnos la oportunidad que el frío de paso al calor de la caridad. Cualquier otra especulación bien puede caber, al final, solo Dios tiene la respuesta. Pero más allá de esta circunstancialidad, la pregunta de fondo: ¿qué celebro hoy? Sí, es cierto que muchos celebrarán la llegada de seres queridos a quienes en meses (¿o en años?) no se les veía. Otros festejarán la compañía de amigos o familiares. Unos más –por desdicha– estarán festejando en una celebración más pagana que cristiana esos días de descanso que culminan con un año civil. Regalos, abrazos, brindis, risas, fiestas. Todo esto adorna la Navidad, ¡pero no es la Navidad! Puede sonar trillado, pero nunca será innecesario recordarlo: Dios, hecho hombre, nace. Y nace –si quieres verlo así– solamente para ti.
Quiero imaginarlo mediante una escena comprensible al entendimiento humano: ¿qué hacía Dios Hijo antes de venir a la Tierra? Seguramente estaría amando. ¿Estaría necesitado de venir al mundo a padecer? En estricto sentido, necesitar así como necesitar, ciertamente ¡no! Pero necesitar en aras del amor que nos tiene, digamos que la respuesta es ¡sí! Y entonces, si Dios –de algún modo– necesitaba venir, cuánto y más ¿no soy yo necesitado de Él? Y sabiendo que esta Navidad nace de nuevo, como cada año que renueva y actualiza el misterio de su venida a la Tierra, ¿voy a pasar dicho acontecimiento por desapercibido? ¿Voy acaso a dejar de llenarme de la dicha de saberme amado por el Amado? Decía aquel Santo: “saber que me amas y no volverme loco de alegría...”.
Que la alegría de esta realidad infinitamente dichosa llene tu corazón de deseos de dejarle nacer en ti, y que logres convertir esa alegría en propósitos concretos: espérale en estado de gracia, recíbele de manera especial en el Sacramento del altar, abre tu corazón a la caridad que todo lo perdona y en esa noche haz un acto de perdón (ofrecido y aceptado) hacia aquel o aquellos que te han herido este año y a quienes hayas ofendido, asume un compromiso con tus buenos propósitos para el nuevo año, sobre todo aquellos que estén centrados en la fe, la esperanza y la caridad. Y, da gracias, muchas gracias, a Dios por todas las bendiciones en este año que termina. Da las gracias de manera especial a Jesús por haber aceptado venir a nacer y morir (y resucitar) por ti, y también da las gracias a María por su "sí" que hizo factible esta riquísima realidad, y da las gracias a san José que cargó sobre sus hombros la hermosa responsabilidad de ser el padre de ese hermoso Niño que nace, y el esposo de esa mujer que desde entonces se convirtió en Madre de Jesús y Madre nuestra.
Estimado Oscar.
Gracias por tu reflexión muy completa para estos próximos días, que culmina con la llegada del Rey de Reyes, que como lo mencionó no vino a ser servido; sino a servir, a quiénes, a nosotros sus redimidos y la causa ¡por amor! ¡Gracias Señor por amarnos tanto!
Felicidades Oscar por tu bella reflexión.