En Génesis 3,15 encontramos un hermoso versículo dónde Dios dice a la serpiente: "Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar". Aunque Él nos habla de la Santísima Virgen María en el plan salvífico y de la venida de nuestro Señor Jesucristo, es fascinante como Dios desde sus inicios ha encomendado a la mujer misiones extraordinarias por el bien de la humanidad.
Es por ello, que a lo largo de la historia vemos mujeres virtuosas que han sido de vital importancia en el catolicismo, encabezado por supuesto por la madre de Jesús, santas, servidoras y demás mujeres llenas del Espíritu Santo que cumplieron a cabalidad el plan de Dios en sus vidas. Esto sucede en la Reina Ester, una joven doncella, huérfana, adoptada por su primo Mardoqueo, que era bella, virgen, humilde y temerosa de Dios, quién sintió en su corazón el deseo ferviente de salvar a su pueblo del rey Asuero, debido a que este, había promulgado una ley en contra del pueblo judío atentando contra la integridad del mismo.
Después de una preparación rigurosa en el palacio fue elegida como reina, y Ester decide postrarse ante Dios en oración, ayuno y penitencia clamando misericordia sobre su pueblo ante el peligro que corrían. Pasado este tiempo, se presenta en un banquete especial ante el Rey, deslumbrado por su belleza le concede un favor especial, pero ella le indica que en el momento justo le solicitará confiando en que su decisión sea favorable. Al tercer día de festividades Asuero le concede su petición y decide promulgar un segundo decreto en rehabilitación del pueblo judío, salvándolos así de un fatídico final.
Por esto, Ester es considerada una prefiguración de la Virgen María, por su labor intercesora, al suplicar a Dios y al rey no condenarlos; la prudencia de esperar el momento justo para expresar su petición, contrición de corazón al reconocerse indigna pecadora y pureza de cuerpo y alma al guardarse virgen. Nos enseña con su vida la valentía y fe en Dios, confiar plenamente en su obrar, sabiendo que la misión a la que cada uno es llamado, aunque no se conozca o entienda en un principio con oración Él siempre conducirá y dará la victoria. Así que no debemos temer a discernir junto al Espíritu Santo a que somos llamados porqué el abandono en el Señor forja en cada uno las virtudes necesarias para la vida y cumplir la misión a la que hemos sido llamados.
Por: Carmen Grass.
Comments