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La Virgen María y las Benditas Almas del Purgatorio

Todo lo que debes saber.


Una de las letanías más hermosas, pero de las que menos reflexiones se generan es la que llama a María Santísima “Puerta del Cielo”. Esta refleja la certeza que tiene la Iglesia en que, la compañía de la Virgen a cada alma y la devoción de estas a la Reina del Cielo, contribuye en gran medida, incluso con una gran certeza, de que el devoto conduce su vida hacia el cielo, una vez concluya su tránsito por la vida terrenal.


Sin embargo, es válido hacer notar que la Virgen no acompaña nuestras almas solo en nuestro tránsito por la tierra hasta el momento del juicio, sino que también nos acompaña en el siguiente estado del alma si esta se salva, ya sea esté en el purgatorio o el cielo.


Y lo anterior se puede confirmar a través del Magisterio de la Iglesia y por el testimonio de los Santos, pero, sobre todo, por las revelaciones de las apariciones de María Santísima a varios videntes.


De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia se llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La Tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Corintios 3, 15; 1 Pedro 1, 7) habla de un fuego purificador: «Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que, si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (San Mateo 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).


San Juliano de Toledo para dar testimonio de esto escribió el Prognosticon futuri saeculi (escrito entre el 687 y el 688), el cual, con la expresión ignis purgatorius (lib. II, cc. 20-23) describe una perspectiva “purgante mediante fuego”. Se trata de una descripción que da pie a pensar en el Purgatorio como en un lugar, pero esto sucede por la limitación de nuestro lenguaje.


En realidad, lo que es esencial en el texto es la obra de purificación de las almas que, tras sobrevivir a la muerte del cuerpo, esperan tanto la purificación como la resurrección al final de los tiempos. Obviamente la idea del fuego proviene de la Biblia: de Sabiduría 3,6 (los ha probado como oro al crisol) y Eclesiástes 2,5 (porque con el fuego se prueba el oro, y a los hombres justos en el crisol del dolor).


Ya en el Siglo XIV, con las apariciones del Monte Carmelo de la Virgen del Carmen, y una vez instituido el escapulario tanto para los sacerdotes como para los fieles, empiezan a darse una serie de revelaciones que irían confirmando la asistencia que hace la Virgen a todas las almas, pero especialmente a sus devotos, que se encuentran en el purgatorio.


Estando orando el Papa Juan XXIII, se le apareció la Virgen, vestida del hábito carmelitano, y le prometió sacar del purgatorio el día sábado después de la muerte al que muriese con el Escapulario. María dijo al Papa: "Yo Madre de misericordia, libraré del purgatorio y llevaré al cielo, el sábado después de la muerte, a cuantos hubieses vestido mi Escapulario".


Tal es el privilegio Sabatino, otorgado por la Reina del Purgatorio, a favor de sus cofrades carmelitas, el Papa Juan XXII y promulgado por este en la Bula Sabatina (3 de Marzo de 1322) aprobada después por más de veinte Sumos Pontífices.


Por él, el sábado siguiente a la muerte de los cofrades carmelitas, o como lo interpreta la Iglesia, cuanto antes, pero especialmente el sábado, según declaración del Paulo V, la Virgen del Carmen, con cariño maternal les libra de la cárcel expiatoria y los introduce en el Paraíso. El Papa Paulo V expidió el 20 de enero de 1613 el siguiente Decreto:


"Permítase a los Padre Carmelitas predicar que el pueblo cristiano puede piadosamente creer que la Bienaventurada Virgen María con sus intercesiones continuas, piadosas sufragios y méritos y especial protección, ayudará después de la muerte, principalmente el sábado, día a ella dedicado, a las almas de sus cofrades que llevaren el hábito carmelitano".


San Alfonso María de Ligorio, sacerdote que vivió en el Siglo XVII, escribió una de las obras más grandes de la Mariología, llamada “Las Glorias de María”, en este libro dedica un capítulo entero a describir la asistencia de María Santísima a las almas del purgatorio. De acuerdo con el santo, la Virgen María reveló a santa Brígida lo siguiente: “Yo soy la Madre de todas las almas que estén en el purgatorio, y todas las penas que tienen que purgar por las faltas cometidas, constantemente son aliviadas y mitigadas por mis plegarias”. Añade San Alfonso: "[La Virgen María] no se desdeña esta piadosa Madre a las veces, hasta de hacerse presente en aquella santa prisión para visitar y consolar a sus hijas afligidas".


"Yo me paseé por lo hondo del abismo" (Ecclo 24, 5). A lo que hace san Buenaventura este comentario: “Abismo, es decir, el purgatorio, por el que pasea María para aliviar con su presencia, ayudando a las almas santas”. Dice san Vicente Ferrer: “¡Cuán buena se manifiesta María con los que están en el purgatorio, ya que por ella obtienen continuos refrigerios!”


San Alfonso explica que María no sólo consuela y socorre a sus devotos en el purgatorio, sino que también rompe sus cadenas y los libra con su intercesión.


Y esta labor la realiza “Desde el día de su gloriosa Asunción, en el que se cree que quedó vacía la cárcel del purgatorio, como dice Gersón y confirma Novarino, diciendo basarse en graves autores, día en que María al entrar en el paraíso, pidió a su Hijo poder llevar consigo todas las almas que estaban en el purgatorio, desde entonces, dice Gersón, María tiene el privilegio de librar a todos sus devotos, de aquellas penas”. Esto también lo afirma sin titubeos san Bernardino de Siena, diciendo que la Santísima Virgen tiene la facultad, con sus ruegos y con la aplicación de sus méritos, de librar las almas del purgatorio y principalmente las de sus más devotos.


Lo mismo dice Novarino, opinando que, por los méritos de María, no sólo se tornan más llevaderas las penas de aquellas almas, sino también más breves, abreviándose por su intercesión el tiempo de su purgatorio. Para lo cual, basta que Ella lo pida.


Santa Brígida de Suecia, nacida en 1303, escribió que la misma Virgen le reveló que las Almas del Purgatorio se sienten apoyadas con sólo escuchar el nombre de María. Los siglos son ricos en otros signos de misericordia de la Madre de Jesús. Pensemos en la historia de las distintas Órdenes religiosas donde la acción de la Virgen está visiblemente a favor de la Iglesia peregrina en la tierra, pero también de la que se purifica en el Purgatorio. Y los mismos hechos relacionados con el uso del escapulario entre los carmelitas, muestran cómo un amor auténtico a María, fecundo de obras de caridad, recibe de Ella respuestas que derraman una particular influencia positiva también sobre las Almas del Purgatorio.


Por último, también es conveniente tomar en cuenta el testimonio santa Faustina Kowalska (1905-1938). Ella escribió en su diario lo siguiente:


“En ese momento le pregunté al Señor Jesús: ‘¿Por quién tengo que rezar todavía?’. Jesús respondió que la noche siguiente me haría saber por quién debería orar. Vi al ángel de la guarda, que me ordenó que lo siguiera. En un momento me encontré en un lugar brumoso, invadido por el fuego y, en él, una enorme multitud de almas sufrientes. Estas almas rezan con gran fervor, pero sin eficacia por sí mismas: sólo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que los quemaban no me tocaron. Mi ángel de la guarda no me abandonó ni un solo momento. Y les pregunté a esas almas cuál era su mayor tormento. Y contestaron unánimemente que su mayor tormento es el ardiente deseo de Dios, vi a Nuestra Señora visitando las almas del Purgatorio. Las almas llaman a María ‘Estrella del Mar’. Ella les trae alivio”.


La Iglesia refiere en su Magisterio estas labores, sobre todo en el Concilio Vaticano II al afirmar que: “Asunta al cielo, no dejó esta función de salvación, sino que con su intercesión múltiple continúa obteniendo para nosotros las gracias de la salud eterna. Con su caridad materna cuida a los hermanos de su Hijo que todavía vagan y se encuentran en medio de peligros y angustias, hasta que son conducidos a la patria bendita” (Lunien Gentiuni 62).


Quisiera terminar contando dos historias que San Alfonso María de Ligorio incluye en “Las Glorias de María”. Esto a modo de apéndice de este artículo, para que podamos interiorizarlas y reflexionar sobre el papel que tiene Nuestra Señora con todas las almas del purgatorio:


  • Refiere san Pedro Damiano que una señora llamada Mazoria, ya difunta, se apareció a una comadre y le dijo que en el día de la Asunción ella había sido librada del purgatorio con un número de almas que superaban a la población de Roma. San Dionisio Cartujano afirma que lo mismo sucede en la festividad de Navidad y de la Resurrección de Jesucristo, diciendo que, en estas fiestas, María se presenta en el purgatorio acompañada de legiones de ángeles y que libra de aquellas penas a multitud de almas. Novarino dice que esto sucede igualmente en todas las fiestas solemnes de María.

  • Se cuenta en la vida de sor Catalina de San Agustín que en el mismo lugar donde vivía esta sierva de Dios habitaba una mujer llamada María que en su juventud había sido una pecadora y aún de anciana continuaba obstinada en sus perversidades, de modo que, arrojada del pueblo, se vio obligada a vivir confinada en una cueva, donde murió abandonada de todos y sin los últimos sacramentos, por lo que la sepultaron en descampado. Sor Catalina, que solía encomendar a Dios con gran devoción las almas de los que sabía que habían muerto, después de conocer la desdichada muerte de aquella pobre anciana, ni pensó en rezar por ella, teniéndola por condenada como la tenían todos. Pasaron cuatro años, y un día se le apareció un alma en pena que le dijo: – Sor Catalina, ¡qué desdicha la mía! Tú encomiendas a Dios las almas de los que mueren y sólo de mi alma no te has compadecido. – ¿Quién eres tú? –le dijo la sierva de Dios. – Yo soy –le respondió –la pobre María que murió en la cueva. – Pero ¿te has salvado? –replicó sor Catalina. – Sí, me he salvado por la misericordia de la Virgen María. – Pero ¿cómo? – Cuando me vi a las puertas de la muerte, viéndome tan llena de pecados y abandonada de todos, me volví hacia la Madre de Dios y le dije: Señora, tú eres el refugio de los abandonados; ahora yo me encuentro desamparada de todos; tú eres mi única esperanza, sólo tú me puedes ayudar, ten piedad de mí. La santa Virgen me obtuvo un acto de contrición, morí y me salvé; y ahora mi reina me ha otorgado que mis penas se abreviaran haciéndome sufrir en intensidad lo que hubiera debido purgar por muchos años; sólo necesito algunas misas para librarme del purgatorio. Te ruego las mandes celebrar que yo te prometo rezar siempre, especialmente a Dios y a María, por ti.

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