En aquellos días, el Señor dijo: «El clamor contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la queja llegada a mí; y si no, lo sabré...»
Abrahán se acercó y le dijo: "...Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él?"
(Génesis 18)
¿Recuerdas qué sigue?
Abraham, seguramente un buen comerciante, sostiene un duelo de regateo y disuasión con el Señor y lo lleva de la mano a rebajar sus pretensiones, al grado que logra convencer al Padre, que la cuota quede, finalmente, en diez justos como los necesarios que se encuentren en Sodoma para que le sea perdonada su destrucción.
Este pasaje del Antiguo Testamento nos es propicio para la reflexión que haremos en este artículo. Si Dios lanzare un reto similar a nuestro mundo actual, ¿cuántos justos encontraría? Bien, esta pregunta es quizá imposible de responder.
Hagámosla pues en un tono más alcanzable: si Dios viniera a tu ciudad, ¿cuántos justos podrías ofrecer como cuota para evitar su destrucción?
Tampoco es fácil de contestar. Así que vamos a ponerla en un nivel aún mucho más predecible: si la oferta de justos se refiriera a tu familia, o a tu círculo de amigos: ¿cuántos justos encontraría el Señor?
Pues bien, el mensaje de fondo no es ponernos a censar los buenos y malos de nuestra ciudad, de nuestro barrio o de nuestra familia. Creo que el mensaje que nos debemos quedar es el siguiente: ¡un solo justo bien merece la pena para invocar la misericordia del Señor! Dicho de otra forma: a cada uno Dios nos pide ser ese justo por el cual está dispuesto a seguir caminando con nosotros como humanidad. Por eso Jesús murió por todos, sí, pero a la vez, ¡por cada uno! Por tí y por mí, como si solamente de ti o de mi se tratara.
Lo políticamente correcto
Es muy conocida la frase: "lo bueno es bueno aunque nadie lo haga, lo malo es malo aún que todo el mundo lo haga...".
Seguramente habrá momentos, ambientes, o circunstancias en las que te topas con la realidad de que al tratar de reflejar en tus actos o en tu hablar y opinar aquello que tu recta conciencia cristianamente formada te dicta, seguramente te encontrarás entre oposición, críticas, incomprensión o incluso - hay que decirlo - ganarás más de una burla.
Lo que se ha dado por llamar "políticamente correcto" suele ser en no pocas ocasiones, lo menos correcto (pero eso sí, muy político). Una guía de vida es: "haz correctamente, las cosas correctas...". Y quizá como Abraham y sus diez justos, seas de los raros, de los escasos, de los políticamente incorrectos.
Preguntaba un conferencista: ¿cuál es la diferencia entre normal y común? Con frecuencia, nos encontramos con situaciones que departen de lo moralmente adecuado y que no coinciden con lo que la doctrina cristiana nos enseña. Y la justificación de muchos es: "hoy en día, eso ya es normal...". Pues bien, el conferencista ponía esta referencia: "lo normal es que una persona pueda correr -sin problema- todos los días unos 5 kilómetros. ¡Lo común es que entre los que estamos aquí, en los primeros 100 metros estén a punto de expulsar sus pulmones!".
Así que te invito a que comencemos por llamar pan al pan, y vino al vino. Distinguir y ayudar a diferenciar a nuestros seres queridos y amigos entre aquello que es "común" porque es práctica extendida, pero no necesariamente "normal" porque contradice la moral cristiana.
La ley moral, inmutable, pero bajo asedio en nuestros días
Desde los tiempos inmemoriales de la humanidad, todos hemos venido al mundo con un código, una programación (por decirlo en términos modernos) que se aloja en nuestra conciencia. A diferencia de un computador, esa programación no es un algoritmo a seguir de manera automática e irreflexiva. Media entre ella y nuestro actuar, el libre albedrío, que es la facultad del ser humano para optar entre el bien y el mal, con sus consecuencias. Luego entonces, la ley moral se expresa a través de nuestra conciencia que es como esa voz de Dios en el interior de la persona que le permite distinguir de forma íntima, los actos buenos de los que no lo son.
Esta ley moral no ha cambiado ni ha rebajado sus estándares desde que el ser humano es ser humano. Matar es matar, robar es robar, mentir es mentir. Somos nosotros, a través de nuestros paradigmas como sociedad, quienes vamos tratando de ajustar la calidad moral de los actos a las comodidades o modas de la época. Al grado que hemos llegado a situaciones extremas e irónicas como este siglo XXI en el cual una amplia colección de actos buenos se consideran como malos, y viceversa, actos moralmente malos se les pretende dar connotación de bondad. Muchas veces los argumentos en favor del aborto se nos presentan en la envoltura de derechos de la mujer por mencionar uno de los más vergonzosos anti-ejemplos de nuestros tiempos.
¿No te sientes a veces como en "el mundo de al revés"? Creo que muchos nos hemos sentido así, al grado de surgir un destello de duda en nuestras mentes cuando constatamos la firmeza y diversidad de argumentos con que a veces se justifica el mal envuelto en bien: "caray, ¿seré yo el que esté mal...?". Nunca mejor aplicada la analogía a la que se refería nuestro Señor Jesucristo: los hijos del mundo son astutos como la serpiente. Dios no te quiere experto en debates ni desenfundando espadas para defender la verdad. Vaya, nunca está de más un genuino esfuerzo por cultivarnos en técnicas de razonamiento, nutrirnos de argumentaciones apegadas a la verdad, y de practicar la sana discusión de controversias (pero ante todo con la métrica de la caridad).
En este remolino, es lógico que a todos nos cueste trabajo ser como esa voz que clama en el desierto de la verdad. En el mejor de los casos, sentirás que nadie te escucha, en el peor, experimentarás decenas de miradas que te sitúan como loco, persignado, ultra conservador, puritano, etc.
Pero cuando sea así, alégrate porque puede que seas ese justo en medio de la multitud por el cual Dios derramará su misericordia a una familia o una sociedad que se aleja de sus leyes.
Un pensamiento final
Cuando decimos que hay que defender estos valores morales cristianos, de ninguna forma pretendemos fomentar el que vayamos por la vida sermoneando a cuanto amigo, vecino o hasta extraño nos topemos. Sí, hay que hablar a veces fuerte y claro, y con frecuencia más claro que fuerte. Pero en muchas de las ocasiones, la prudencia no estará reñida con la firmeza, y nos será más provechoso hablar con nuestro actuar, con nuestro ejemplo, con nuestro testimonio. ¡Cuántas almas se han vuelto a Dios por el buen ejemplo de un buen cristiano! En este sentido recuerda que la palabra atrae, pero el ejemplo arrastra.
Te deseo que tus obras hablen por tu espíritu cristiano, y que muchos en tu familia, tu trabajo y tu comunidad, puedan atestiguar en tu obrar el camino correcto a seguir, más allá de tus palabras.
Por cierto, si no conoces lo que seguía en esta historia del Génesis, es un ¡buen pretexto para que hojees el Antiguo Testamento!
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