Dice san Juan "En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios" (san Juan 1,1). Son estas pocas palabras con las que inicia el prólogo de uno de los Evangelios más ricos del Nuevo Testamento, y aquí mismo con una simpleza maravillosa san Juan nos dice de qué va a tratar todo. Tal y como lo haría un buen director de cine en la actualidad, de entrada nos presenta una idea que nos atrapa para que nos quedemos atentos e interesados por el resto de la película.
Reflexionemos un poco; el evangelista no eligió fortuitamente estas palabras sino que las usa para referir al principio, pero no a un principio cualquiera, pues dice textualmente "en el principio", no dice -en un principio- que daría la indicación de que existen otros principios, sino que habla de "el" principio en general, el único que pudo haber sido el primero antes de todos.
Completemos ahora la primera frase del versículo, "en el principio existía la Palabra..." Y aquí podríamos pasarnos horas, días o semanas enteras hablando de esa Palabra, pues refiere no solamente a una palabra desde el punto de vista semántico, sino que habla de una palabra que está junto a Dios y que era (es) Dios. En el mundo y el idioma de San Juan, él habla del "Logos" que es la Palabra de Dios, la Palabra que crea, la Palabra por y para quien todo fue hecho. No es una simple conjunción de letras, sino que es una suma de todo lo que ha sido, es y será.
Por otro lado, no podemos pasar por alto que san Juan también deseaba hacer referencia en su prólogo al primer libro del Antiguo Testamento - el Génesis -, que también es el primer libro de la Torá - el Bereshit - palabra en hebreo cuya traducción literal al Español es "en el principio" ¿te suena familiar? Es de gran significado que el Evangelista use las mismas palabras que los judíos utilizaban para explicar el principio de todo, la creación. Con ello san Juan no está hablando de un principio diferente del que ya se ha hablado desde el inicio de la historia de la salvación, sino que refiere a ese mismo punto pero con otras palabras, contando una historia que no sustituye al principio original sino que le da sentido de plenitud.
El discípulo amado ya no se detiene a explicar el génesis del cosmos, en cambio habla de que esa palabra que estaba con Dios desde el inicio de todo, al llegar la plenitud de los tiempos se hizo carne y puso su morada entre nosotros (san Juan 1,14), o como dice en otras traducciones "... y habitó entre nosotros". Esta parte del prólogo de san Juan es la columna vertebral del mismo. Nos explica que esa Palabra creadora, es ahora también un ser humano como nosotros. Ya no es aquel primer principio o primer motor que los griegos ubicaban distante del mundo viendo de lejos a lo creado, en cambio es una persona igual a ti y a mí.
Algo que me conmueve hasta lo más profundo, es el pensar que el mismo ser que creó todo, el mismo que diseñó toda la creación de manera perfecta, se hizo también un ser humano como nosotros y no solo eso, sino que nos enseña a ver a Dios como un Padre y uno muy amoroso. Por eso mismo dice el evangelista que la Palabra se hizo carne, que en un sentido más amplio quiere decir que Dios asume total y completamente la humanidad para estar con nosotros. No de lejos como los dioses que conocía el mundo culto de ese entonces, sino de cerca codo a codo, viéndonos directamente a los ojos.
Si llegaste hasta aquí probablemente te estés preguntando por qué elegí por título "la belleza de la Palabra de Dios", y eso es precisamente de lo que quiero hablarte ahora. Ya vimos que la Palabra de Dios es carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos como cualquier otra persona. Sin embargo, y no menos importante también es todo aquello que queda escrito. No por nada dentro de la Liturgia de la Palabra en la misa decimos que lo que acabamos de escuchar es Palabra de Dios. Y aquí te quisiera pedir que hagas una pausa; regresa al principio de esta entrada y cuentes cuántas palabras tiene el versículo de san Juan 1,1.
¿Ya las contaste? ¿Son menos de veinte no?
Un chiste de niños tiene al menos el triple de palabras que san Juan 1,1. Y no, no lo estoy reduciendo al absurdo, simplemente quiero hacer notar la enorme profundidad que tienen esas dieciocho palabras (con todo y artículos) que Juan nos pone al inicio de su Evangelio. Y esa profundidad no puede venir más que de Dios y eso es a lo que le llamo la belleza de la Palabra de Dios.
Imagínate que si de este pequeño versículo hemos apenas esbozado algunas ideas para profundizar ¿qué nos espera si nos proponemos acercarnos más a la Sagrada Escritura? ¿Qué tiene Dios que decirnos en sus páginas? ¿Cómo crecerá nuestra relación con Él al conocerlo más profundamente? ¿Cómo haremos vida la Historia de la Salvación y el Evangelio en nuestro caminar diario?
Hoy día nos apasionan mucho los héroes, las leyendas, los caballeros y otras grandes historias épicas que nos cuentan las películas y las series. Pero, ¿cuántas veces hemos caído en la cuenta de que, si bien en el buró o en un librero, tenemos un libro cuyas páginas hablan de la mejor y más hermosa historia que se ha contado jamás? Probablemente tienes uno de esos libros en presentación de gala de cuando hiciste tu primera comunión o conservas el de la boda de tus padres, el que era de tu abuelo o abuela, o bien alguien te regaló uno y sigue como nuevo. En fin, no importa el estado de tu Biblia, lo que importa es si te atreves a escuchar lo que Dios quiere decirte en ella. Porque aunque la Historia de la Salvación suene a un tema viejo, esa historia es actual y te tiene a ti como actor.
¿Cómo te vas a dejar salvar por Dios?
Dios habla y ha hablado desde el principio de los tiempos. Nos habla a nosotros, te habla a ti, te habla en tu idioma, con tus palabras y expresiones.
¿Sabes por qué? Porque al leer la Palabra de Dios, esta resuena en nuestro corazón y hace brotar aquello que Dios quiere decirnos desde lo más profundo de nuestro ser. Ahí mismo en donde Moisés encontró la zarza ardiendo (Éxodo 3,2) ahí te hablará Dios a ti, la Sagrada Escritura está llena de mensajes que Dios quiere que apliquemos en nuestra vida diaria. Esa es la belleza de su Palabra, Palabra que hasta nuestros días, sigue creando y renovando todo aquello y a todo aquel que la escucha, así que, como canta el Salmo 94 en el versículo 7: "Ojalá escuches hoy su voz".
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