En las últimas dos semanas he tenido la «mala fortuna» de leer dos veces la misma frase que aparece en el título de esta entrada. La primera vez me hizo eco, claro; la segunda me hizo pensar, y mucho.
Hombre y mujer en dirección a una iglesia. Madrid, 1942.
Hay dos momentos en la Historia de la Iglesia que, desde mi humilde opinión, son ejemplos de una pérdida de la fe. Ambos se parecen: el Cisma de Oriente y la Reforma protestante. No es preciso, por ahora, entrar en un repaso histórico para conocer a fondo tales acontecimientos, aunque en otro momento sería conveniente hacerlo para no dejar de lado la amplia influencia que el laicismo ha tenido en nuestra sociedad. Por ahora, basta saber que fueron dos momentos de suma delicadeza, sin duda.
Pero la Iglesia vio, fiel a la promesa de Cristo de que, las puertas del infierno no prevalecerían contra ella (San Mateo 16, 18-20), la fortaleza del poder divino en sus instituciones.
Ejemplos son: la Contrarreforma, en busca de llevar la verdadera Verdad al pueblo de Dios, después de la confusión que Lutero había sembrado; el reavivamiento de órdenes religiosas como la de los Carmelitas descalzos; el rechazo a la idea luterana de que la Biblia fuera la única fuente para entender la doctrina, colocando a la Santa Tradición Apostólica y al Magisterio de la Iglesia en el mismo puesto de relevancia.
Y dos de los más destacados tesoros que ahora podemos vivir diariamente: la definición dogmática de la Eucaristía como la consagración del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo, elemento central del Santo Sacrifico en la cruz (CCE, Numeral 1353); y la unificación de los ritos occidentales de la celebración en la Santa Misa Tridentina (Concilio de Trento, 1545-1563).
Y por si fuera poco, momentos destacadísimos de la obra de la Iglesia en la tierra: la Primera Misa celebrada en Brasil, el domingo 26 de abril de 1500; la creación de la Compañía de Jesús, por San Ignacio de Loyola, en1534, con la promesa fidelísima de obedecer al Sumo Pontífice; el martirio en Vendée, Francia, por la persecución de la Revolución Francesa a los seguidores del rey francés y fieles discípulos de Dios; el martirio de los misioneros en Japón, el 5 de febrero de 1597; la evangelización de América por españoles y portugueses; y muchos otros signos de que las puertas del infierno no prevalecerían nunca sobre la Iglesia.
Si nos ponemos estrictos, el tercer momento en que la fe está en riesgo es precisamente este: ahora.
Parece que muchos, por no decir la mayoría, ajenos a la cuarta promesa de San Ignacio cuando fundó la Sociedad, ya no rendimos obediencia al Papa; decimos que el anterior era mejor, y que cierto Cardenal africano debería ser el siguiente en la lista: ¿queremos la renuncia oficial del Santo Padre? Si oráramos por él la mitad del tiempo que dedicamos a la crítica, otro rumbo tendría desde ya la Iglesia. Esto es sinónimo de una fe laxa.
Cuando en las iglesias, en la Misa, la rememoración del Santo Sacrificio ha dejado de ser el centro de la celebración, es señal irrefutable de que la fe está perdiéndose; o si no creemos más en la presencia real de Cristo en Cuerpo y Sangre tras la Transubstanciación, por acción del Espíritu Santo, es señal inequívoca de que la fe está menguando.
Si no nos acercamos a María, como Madre del Dios vivo, y nuestra, como amparo y consuelo para nuestros días, es señal innegable de que la fe está sufriendo. ¿Quiere decir que la oración y acción de los primeros cristianos, martirizados muchos de ellos, han sido en vano?
O si un ortodoxo es más ortodoxo que un católico…; o si un protestante es más cristiano que un católico…
A esta sociedad se le está olvidando no solo qué es amar, sino lo que conlleva, y no solo en el sentido más humano, sino en el sentido más cristiano, ese que implica sufrir penas si de verdad queremos santificarnos: sacrificio, renuncia, mortificación, oración, ayuno, obediencia, fe.
¿Y cómo recuperar esa fe? Volviéndola nuestra; así de sencillo. ¿Y cómo hacer que la fe sea nuestra? Pues, «cuanto más te acercas a la cruz, más pequeña se vuelve la muchedumbre»; así la muchedumbre se reduce, y la cercanía con Dios la encontramos a un paso. Si no, con prácticas muy cristianas.
Y si aún así, esto no es efectivo para nosotros, siempre es bueno mirar al Crucificado, Consuelo y Paz para cualquier cristiano. Y si muy a pesar de ello, allí no encontramos las respuestas, entonces quizá antes teníamos (más) fe.
Estimado Heriberto.
Completamente de acuerdo contigo, antes nos reunía nuestra madre, a rezar el rosario en familia y ahora no se reza porque nos interesa más las noticias, lo que ocurre en el mundo y le dejamos muy poco espacio a Nuestro Señor.
Tu reflexión espero nos haga reaccionar ante lo que hacemos ahora para volver los ojos a Dios.
Te felicito por tu aportación.
Espíritu Santo dosiliza nuestros corazones para nuestra conversión y aumenta nuestra fe🙏🏼🙏🏼🙏🏼🕯❤️
HAY QUE PEDIR A JESUCRISTO, A LA VIRGEN MARIA Y AL ESPIRITU SANTO QUE NOS AYUDEN A INCREMENTAR NUESTRA FE.