Si se menciona al mes del amor, lo primero que viene a nuestra mente es, por supuesto, febrero. Mes donde la expresión del cariño y el afecto está a flor de piel, donde a nadie le da temor declarar sus sentimientos hacia el otro porque el mercadeo y la publicidad nos provee de todas las herramientas para explotarnos el lado más valiente y apasionado. Mes donde nos recordamos de todas las personas que de una u otra manera son importantes en nuestras vidas y hacen de ella lo única y especial que es.
Pero, ¿qué tal si te digo que todo podría ser un truco social que nosotros mismos hemos orquestado, y que el verdadero mes del amor no es febrero, sino el que acontece cuatro meses después? Si hacemos las cuentas, nos mueve a junio. ¿Junio? Sí, junio es el mes del Amor verdadero.
Vivimos en una cultura obsesionada con el amor, y el mundo parece que mientras más habla del amor, menos le conoce. Todos anhelamos y suplicamos tener amor en nuestras vidas, muchas veces rayando en una exigencia cuando ni nosotros mismos somos capaces de amar y dar amor. Amar es cuidar del bien del otro, con tiempo y detalles. Amar es entregarse en lo cotidiano. Es un dulce pacto entre dos personas, cuidar el uno del otro, es fidelidad y confianza en doble vía. Es, en otras palabras, lo que da sentido a nuestra vida. Es muy fácil hablar del amor. En teoría. Sin embargo, qué tanto nos falta para aprender a amar y a saber recibir amor. Cuán pobre se nos queda el corazón cuando de amar se trata. Qué frágiles nos volvemos cuando nuestro amor se ve herido de alguna manera y nos alejamos del ser amado. Cuán débiles nos sentimos si no somos correspondidos de la manera que quisiéramos o cuando todas nuestras expectativas se ven de repente derrumbadas. ¡Cuán limitados somos, nosotros, seres humanos, en cuanto a amor se refiere!
Pero es que esto no puede ser solo así, pensamos. Esto no puede quedarse sólo allí… No tendríamos tan aferrado dentro de nosotros mismos el deseo de amar y ser amados si no existiera un amor auténtico e incausado. Una fuente inagotable de amor real e infinito. ¿De dónde viene pues el amor? ¿Cómo nace el amor? ¿En dónde nace? Podemos hacernos muchas preguntas de este tipo, mas no obtendríamos la respuesta correcta si no hacemos la pregunta correcta: ¿En quién nace el amor?
El amor no nace más que en Dios, que es el Amor mismo: origen y fin del amor. Dios es el Amor Infinito, porque su amor no tiene fin; y es el Amor Real, porque ama sin restricciones ni reservas. Dios es amor y amar a Dios exige tener una relación personal con Él, e implica el trato frecuente y cotidiano.
Dios es un experto en el amor y nos lo demuestra de diferentes maneras. Con Su Palabra, en los Sacramentos (especialmente en la Eucaristía y la Confesión), con Su compañía, con Sus respuestas en los momentos importantes y cruciales de nuestras vidas, con Su fidelidad al cumplir Sus promesas, y sobre todo con Su corazón. ¡Con Su Sacratísimo y Grandiosísimo Corazón! Es entonces cuando podemos decir –y afirmar– que el amor nace en el corazón de Dios. En el corazón mismo del Padre, y por supuesto en el de Jesús, que es divino y es humano.
¿Qué tiene que ver el Corazón de Dios con el mes de junio?
Es junio el mes que la Iglesia le dedica al Sagrado Corazón de Jesús, a adorarle, honrarle y buscar imitarle. Es cuando recordamos que Su Corazón es el núcleo central de nuestra fe, pues la base de Sus enseñanzas fue dejarnos amar por Él y amar de la misma forma que Él nos ama: con inmensidad e infinitud, aún y cuando no sea correspondido, a pesar de ser herido e ignorado, con la total renuncia de sí mismo y entrega completa hacia el otro. Nadie puede enseñarnos mejor a amar que el mismo Dios, pues hace todo por nosotros y no nos pide nada a cambio. En Jesús, tiene un corazón de carne como el nuestro, que se consume de amor aunque esté herido, con sentimientos y emociones como las nuestras, y una conexión de alma y cuerpo como la tenemos nosotros también. Dios tomó un cuerpo para amarnos y por amor entregó hasta Su propia vida... No hay mayor locura de amor en la historia del universo que esa y eso es lo que celebramos este mes.
Dios nos ama con un amor ilógico: nos ama aunque no le amemos. Por esta locura encarnada entonces, ¿no deberíamos nosotros buscar corresponderle de la misma manera? Comprometernos con Él, participar de Su gracia en la intimidad de nuestros corazones, y vivir entregados a Su Amor hasta las últimas consecuencias... Es lo que estamos llamados a hacer. Y, por supuesto, pedirle constantemente ¡que nos dé un corazón semejante al suyo!
Gracias por compartir, siempre he sido devota del Sagrado Corazón de Jesús, aprendí a conocerlo y a amarlo donde estudié en el colegio de las madres de Corde Jesu y siempre he sido devota y fiel al Sagrado Corazón de Jesús. Gracias
Estimada Ana Belén.
Tienes toda la razón, el Corazón de Jesús es un corazón humano que siente, como el de cualquier humano, por eso nos comprende y a pesar de nuestros errores y pecados nos sigue amando. Y lo que podemos tratar de hacer es tratar de corresponder a su amor.
Te felicito por tu publicación.