¿Alguna vez has sentido que tu oración no es escuchada porque, por más que te esfuerces, el dolor no se aparta de tu camino? ¿Te has preguntado si Dios puede ser indiferente ante el dolor de sus hijos a tal grado de no darles palabras de consuelo? ¿Has dudado de la existencia de Dios?
Si has contestado afirmativamente a alguna de las preguntas anteriores, entonces, has experimentado aquello que se conoce como “sequedad espiritual”, “la noche oscura del alma” en palabras de San Juan de la Cruz, o “la desolación” según San Ignacio de Loyola, ese momento en el que lo único que puedes percibir es el silencio de Dios.
Dentro de la vida espiritual, toda persona de fe pasará por este periodo, el cual se caracteriza por la imposibilidad de experimentar la presencia de Dios, lo que conduce a la vivencia de una oración "carente de sentido" al no proporcionarle gozo ni consuelo al alma, sumiéndose esta en un estado de desolación, pues siente que Dios no le ama y le ha abandonado, e incluso, puede llegar a dudar de Su existencia.
La vida de muchos santos estuvo marcada por esta noche oscura. Por ejemplo, santa Teresa de Calcuta, quien la padeció durante los últimos cincuenta años de su vida. Se dice que esta etapa fue una especie de martirio, pues pasaba largas horas frente al Santísimo Sacramento y brindando ayuda a los más necesitados sin poder sentir la presencia de Dios, peor aún, sentía que Él la rechazaba, lo que le causaba un profundo dolor. Así lo manifestó en una carta que dirigió a uno de sus directores espirituales: “En mi propia alma siento un dolor terrible, siento que Dios no me quiere, que Dios no es Dios, y que Él verdaderamente no existe”. A pesar de esta situación, la calidad del amor de la santa era la misma, o incluso, podía ser mayor, pues el amor es un acto de la voluntad que va más allá del sentimiento, de tal manera que, así como el fuego purifica al oro, el dolor y la ausencia del Amado purifica el amor de la amada.
Tal vez tu caso no sea tan severo como el de santa Teresa de Calcuta, quizá tu noche oscura sea un momento de dolor por el que estás atravesando y no encuentras consuelo en la oración; puede ser que no tengas ánimos para rezar el Santo Rosario, leer las Sagradas Escrituras o hacer tus oraciones diarias; probablemente tengas la sensación de que Dios ignora tus plegarias y te ha abandonado, al no recibir respuestas a tus peticiones.
Cabe hacer una aclaración, hay que diferenciar entre la sequedad y la tibieza espiritual. La primera es una gracia que Dios da al alma para madurar, es decir, no es falta de diligencia lo que ha conducido al alma a ese estado, mientras que la segunda sí lo es, tal como lo señala Jesús en la parábola del Sembrador cuando menciona que la semilla (la Palabra de Dios) cae en terreno (el corazón del hombre) pedregoso o entre espinas, impidiendo que eche raíces para poder mantener firme la fe de la persona en medio de las tribulaciones y las tentaciones de la vida (cfr. san Mateo 13, 3-23). Es decir, la falta de perseverancia en la vida de oración y sacramentos ha conducido a un alejamiento de Dios.
El silencio de Dios lo experimentó el mismo Jesús cuando sintió la soledad en la noche del Jueves Santo durante su oración en el Huerto de Getsemaní y, aun más, durante la crucifixión, manifestándolo en su grito: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (san Mateo 27, 46). A pesar de ello, Él seguía confiando en Su Padre: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23, 46). Después de esto siguió un silencio, como lo señala Benedicto XVI en una meditación bajo el título “El misterio de la Sábana Santa”: «El Sábado Santo es el día del ocultamiento de Dios, como se lee en una antigua homilía: “¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme (…). Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos”. (…) Jesucristo “descendió a los infiernos”. ¿Qué significa esta expresión? Quiere decir que Dios, hecho hombre, llegó hasta el punto de entrar en la soledad máxima y absoluta del hombre, adonde no llega ningún rayo de amor, donde reina el abandono total sin ninguna palabra de consuelo: los infiernos. (…) Esto es precisamente lo que ocurrió el Sábado Santo: en el reino de la muerte resonó la voz de Dios. Sucedió lo impensable: es decir, el Amor penetró en los infiernos. Hasta en la oscuridad máxima de la soledad humana más absoluta podemos escuchar una voz que nos llama y encontrar una mano que nos toma y nos saca afuera».
El silencio de Dios no es un silencio vacío o pasivo, sino un silencio en el que actúa la gracia dentro de nuestra alma, igual que el Sábado Santo cuando en medio de la desesperanza y el silencio, el Amor vencía a la muerte. En su libro “La fuerza del silencio”, el Cardenal Robert Sarah realiza la siguiente reflexión: “En este mundo el único silencio que hay que buscar es el que pertenece a Dios. Porque solo el silencio de Dios se alza con la victoria. El pesado silencio de la muerte de Cristo no duró mucho y engendró la vid”.
Si te encuentras pasando por la noche oscura de tu alma… ¡Regocíjate y da gracias al Señor! Estás viviendo un momento de gracia en el que la acción divina está transformando tu alma. Sí, por irónico que pueda parecer, el momento en que te sientes más alejado de Dios, es en realidad en el que más cerca estás de Él, pues es tal el brillo de la Luz que deja cegado el entendimiento, pero la voluntad queda inflamada en el Amor, teniendo como guía en este viaje a la fe.
Esta sequedad pasará, confía en el Señor.
Procura perseverar en la oración, aunque no sientas “bonito”, y en el amor al prójimo. Como decía Santa Teresa de Ávila: “Si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que mientras más en este os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios”. También Santa Teresita de Niño Jesús nos da una recomendación al respecto: “Cuando no siento nada, cuando soy incapaz de orar y practicar la virtud, entonces es el momento de buscar pequeñas ocasiones, naderías que agradan a Jesús más que el dominio del mundo e incluso que el martirio soportado con generosidad. Por ejemplo, una sonrisa, una palabra amable cuando tendría ganas de callarme o demostrar un semblante enojado”.
Sé paciente, a veces no es que Dios no responda a nuestras oraciones, sino que no responde como nosotros quisiéramos, solo ten presente que si Él permite esta desolación es para purificar tu amor hacia Él, fortalecerte para la misión que te ha encomendado y ayudarte a madurar espiritualmente.
Recuerda las palabras del Señor, especialmente durante la desolación: «Te amo y eres importante para mí. No temas, pues, ya que yo estoy contigo» (Isaías 43, 4-5).