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El Juan Diego que todos llevamos dentro

“Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños?” (Nican Mopohua)

Como a san Juan Diego, nuestra naturaleza humana suele asaltar a nuestra razón: al constatar la grandeza de nuestra Madre del Cielo, nos podemos sentir indignos de su amor maternal. Pero la Santísima Virgen no baja al Tepeyac a hacerse presente a Juan Diego -y por medio de él, a toda la sufrida humanidad- para reprocharnos nuestra poquedad, ¡sino para refrendarnos su infinito e incondicional amor de Madre!


“Madre Mía de Guadalupe por tus cuatro apariciones…”


Así reza una popular jaculatoria que se repite con frecuencia en el rezo del Santo Rosario, en especial cercano a la fecha en que recordamos el evento guadalupano, del cual san Juan Diego es figura protagónica. Cuando repasamos los relatos de las apariciones, no cabe duda de que la Guadalupana se tomó el tiempo y las formas necesarias para hacerse presente al indito Juan Diego de una forma delicada, espontánea y cálida, quien de inmediato le reconoce su ascendencia y se dirige a Ella con una ternura y una forma tan cariñosa que es modelo de confianza a imitar por todos nosotros. Personalmente me inspira a esmerarme a afinar tanto la forma como el fondo con que me gustaría poder llegar a comunicarme en la oración con nuestra Madre amorosa. Y qué gran lección nos da la Virgen a través de san Juan Diego: nos busca, nos sale al paso, nos procura, respetando nuestra libertad, pero con una tierna insistencia hasta ver realizadas las maravillas de Dios en nosotros.


Recuerdo una anécdota de un judío converso en Roma (Ratisbona), quien tuvo una visión de la Virgen previo a su conversión súbita, y que cuando le preguntaban qué le había dicho la Virgen como para tan repentina y contundente conversión simplemente contestaba: “no me dijo nada pero lo comprendí todo…”. Ese es el lenguaje maravilloso que suele usar nuestra Madre con sus hijos, y es el lenguaje que con tantos simbolismos se presenta a san Juan Diego, quien de un cantazo reconoció en esa figura a la Madre del Cielo, Reina de lo creado, Doncella expectante, y muchos significados más que no bastaría este espacio para narrarlos.


“Soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda..”

¿Porqué Juan Diego?


Esta pregunta seguramente se ha planteado ya por casi 5 siglos. Sin pretender ser dueños de la verdad, hay explicaciones (si es que caben) que dan sentido a todo. San Juan Diego es ejemplo de notables virtudes: humildad que lejos de vanagloriarse le hace reconocerse limitado; inocencia (que no es sinónimo de ingenuidad) que aún a sus más de 50 años de edad le hacía tener un alma como de niño; obediencia al extremo de subir al cerro dócilmente a recolectar -sin dudar y sin chistar- un delicado ramo de rosas de Castilla encontradas en una zona y en una temporada que era impensable encontrarlas; caridad para recorrer una gran distancia en medio de precariedades de clima y orografía en búsqueda de asistencia para su moribundo tío Bernardino; confianza y fe sin más al pedir a la "Niña del Cielo" que curase a su tío.


En los diversos relatos de apariciones de la Virgen (como Lourdes y Fátima entre otros), estamos más familiarizados a tener como videntes a pequeñitos, lo cual nos queda como mensaje de la importancia de lo que dicen las Sagradas Escrituras, “ser como niños”. Sin embargo, en el caso de san Juan Diego la lección que nos queda es que aún sigue siendo importante esa pureza cándida, pero que esta es posible y necesaria incluso en la edad madura. Y al meditar estas realidades, concluimos que san Juan Diego no es que haya sido canonizado por el mero hecho de que se la haya mostrado la Virgen, sino que más bien la Virgen le escogió por sus cualidades espirituales, las cuales llevadas con una cotidianidad y perseverancia, le valieron el ser canonizado.



San Juan Diego en nuestros días


Una gran cantidad de simbolismos que se plasmaron en el ayate de san Juan Diego han esperado hasta el siglo XX y XXI para ser descubiertos. Como si la Santísima Virgen hubiese codificado un mensaje para nuestros tiempos, ya que muchos de esos símbolos solamente estarían factibles de ser revelados con conocimiento o tecnología de ahora, como por ejemplo la familia que aparece en la pupila de sus ojos, justo en un tiempo en que el concepto de familia está bajo fuego. No deja de llamar la atención que tuvieron que pasar casi 5 siglos para que pudieran ser reconocidas las virtudes heroicas de santidad de Juan Diego, en una época en que la humanidad se debate en estériles discusiones y reproches por evento históricos que al final forjaron lo que hoy somos. San Juan Diego es una gran roca que hace resonar el eco del mensaje Guadalupano enviado en 1531 y que se hace vigente hoy más que nunca con las palabras más tiernas jamás escuchadas en estas tierras: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa…”


Monseñor Eduardo Chávez, apasionado como ninguno de los eventos Guadalupanos y postulador de la causa de san Juan Diego, afirma que las apariciones de la Virgen de Guadalupe son por excelencia cristocéntricas: la Virgen se presenta, en persona, como una doncella expectante que lleva en su vientre al futuro Rey de reyes, y por tanto en las apariciones del Tepeyac, indudablemente estaba también presente nuestro Señor Jesucristo, y es a Él a quien vino a presentarnos la Morenita. Y, es así como san Juan Diego se convierte en modelo del mensajero que anuncia la Buena Nueva.


Seamos pues, reflejo de las virtudes de este santo amigo, sintámonos orgullosos de esta tierra escogida por María para mostrarse a su pueblo, pero sobre todo, honremos la deferencia de Nuestra Madre imitando esa vida de sencillez, confianza y obediencia que quedó manifiesta en los relatos que todos conocemos y que fueron el distintivo de ese gran san Juan Diego Cuauhtlatoatzin, a quien encomendamos nuestra América y en especial a nuestro México en estos momentos de gran prueba.




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