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Dios en el lienzo: El asombro como camino a lo eterno

Foto del escritor: AndrésAndrés

Vivimos en un mundo de inmediatez, donde el tiempo parece escurrirse entre las obligaciones y las distracciones. En medio de este ritmo acelerado, a menudo olvidamos detenernos, contemplar y maravillarnos ante lo bello y lo bueno que nos rodea. Sin embargo, esta capacidad de asombro es esencial, no sólo para el alma humana, sino también para descubrir a ‘Aquel que es la fuente de toda belleza y bondad’.


Desde los inicios de la humanidad, el arte ha sido una expresión privilegiada de la búsqueda de lo bello. La música, la pintura, la arquitectura y la literatura han servido como espejos de la realidad, reflejando la armonía y el orden presentes en el universo. La filosofía estética, desde Platón hasta nuestros días, ha explorado la naturaleza de la belleza y su impacto en el ser humano (Tatarkiewicz, W. "Historia de seis ideas", 1980). En su "Banquete", Platón ya hablaba de la belleza como un reflejo de lo divino, una chispa que nos impulsa a buscar la verdad.


No obstante, en la actualidad, muchas veces reducimos la belleza a lo superficial o utilitario. Nos dejamos arrastrar por la prisa y pasamos de largo ante la grandeza de un atardecer, la sutileza de una sinfonía o la profundidad de un poema.


Pero detenernos ante lo bello es detenernos ante un misterio que nos trasciende. Contemplar la belleza nos eleva, nos saca de nosotros mismos y nos abre a una realidad más profunda.


Si nos permitimos contemplar la belleza, pronto descubrimos que no es un fin en sí mismo, sino una puerta. Detrás de cada manifestación de lo bello y lo bueno en el mundo, se oculta un origen: una fuente suprema de armonía y perfección. Como afirmaba san Agustín ("Confesiones", Libro X, siglo IV): todo lo hermoso que percibimos es un eco de la Belleza infinita de Dios.


La teología cristiana ha visto en el arte y en la estética un camino hacia Dios. La liturgia misma está impregnada de signos, colores, música y formas que buscan elevar el corazón humano a la trascendencia. Grandes artistas como Miguel Ángel, Bach o Dante entendieron que su arte era un medio para expresar lo divino, para guiar la mirada humana hacia lo eterno (Eco, U. "Historia de la belleza", 2004).


Sin embargo, no es necesario ser un artista para experimentar esta verdad. Basta con detenernos y preguntarnos: “Si esto es tan hermoso, ¿qué tan bello será su Creador?”


La belleza nos llama, nos interpela y nos invita a un encuentro más profundo. Dios no sólo se revela en lo dogmático o en lo racional, sino también en la experiencia sensible de lo bello.


En un mundo que nos empuja al ruido y la distracción, hacer una pausa para contemplar la belleza es un acto de rebelión y, al mismo tiempo, de esperanza. Nos permite reconocer que hay un orden, un significado y una intención en la realidad que nos rodea. Nos recuerda que no estamos solos y que, en cada rayo de luz, en cada obra maestra, en cada acto de bondad, hay un susurro divino llamándonos a mirar más allá.


La próxima vez que contemples una obra de arte, un paisaje o una pieza musical que te conmueva, no te detengas sólo en la belleza inmediata. Pregunta, busca, trasciende. Porque en cada destello de hermosura hay un rastro del Creador esperándonos en el umbral de lo eterno.

2 Comments


Estaba paseando en familia y nos detuvimos bajo la sombra de unos árboles.al frente corría el río, y más árboles más allá. Los pájaros pasaban en bandadas,otros iban en busca de alimento al río, se oía sus cantos. Ahí, estaba toda la obra de Dios , admiré en silencio unos momentos y comenté,somos parte de su maravillosa obra.

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Efectivamente la belleza es algo que siempre ha llamado la atención al ser humano, es como si trajéramos dentro de nosotros mismos o en la psique lo bello y sabemos que la beleza total se encuentra en Dios y hacia allá tendemos.

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