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Avemaría, Madre mía

“El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están en el rescoldo de tu tibieza” (San Josemaría Escrivá de Balaguer).


Dios en su infinita y divina misericordia nos ha dado por madre a la Santísima Virgen María, a quien se venera y se da especial devoción desde los primeros siglos del surgimiento de la Iglesia Católica. Por ello, en tradición se tiene diversas formas de llevar esta práctica espiritual, a través del Rosario, novenas, consagración, oraciones piadosas, entre otras, teniendo así desde el siglo XIII el fervor del rezo de las tres Avemarías en acción de gracias, contemplación o solicitando intercesión ante la Santísima Trinidad por una gracia especial.


Esta práctica se remonta siglos atrás debido a una aparición que tuvo Santa Matilde de Hackeborn, quién fue monja alemana perteneciente a la congregación de las benedictinas y en oración pedía que en la hora de su muerte la Virgen María la acompañase. Un día mientras oraba, tuvo la revelación donde la Madre Celestial le prometió estar con ella en el momento de su muerte pero, le solicitaba rezar tres Avemarías diarias encomendadas de la siguiente forma:


«La primera, pidiendo que, así como Dios Padre me encumbró a un trono de gloria sin igual, haciéndome la más poderosa en el cielo y en la tierra, así también yo te asista en la tierra para fortificarte y apartar de ti toda potestad enemiga. Por la segunda Avemaría, me pedirás que, así como el Hijo de Dios me llenó de sabiduría, en tal extremo que tengo más conocimiento de la Santísima Trinidad que todos los Santos, así te asista yo en el trance de la muerte para llenar tu alma de las luces de la fe y de la verdadera sabiduría, para que no la oscurezcan las tinieblas del error e ignorancia. Por la tercera, pedirás que, así como el Espíritu Santo me ha llenado de las dulzuras de Su amor, y me ha hecho tan amable que después de Dios soy la más dulce y misericordiosa, así yo te asista en la muerte llenando tu alma de tal suavidad de amor divino, que toda pena y amargura de muerte se cambie para ti en delicias» Hackeborn, M. La Morada del corazón. 2007.


Santos como: San Antonio de Padua, Santa Gertrudis la grande, San Pío de Pietrelcina y San Alfonso María de Ligorio, recibieron igualmente esta devoción y daban testimonio de grandes obras que Dios hacia como conversiones, preparación para la muerte, sanación y virtudes que ayudaban al alma para crecer en amor y servicio a Dios.


La forma de rezarlas es la siguiente:

  1. Se reza la jaculatoria: María Madre Mía; líbrame de caer en pecado mortal. Por el poder que te concedió el Padre Eterno. Dios te Salve María, llena eres de gracia…

  2. Se reza la jaculatoria: María Madre Mía; líbrame de caer en pecado mortal. Por la sabiduría que te concedió el Hijo. Dios te Salve María, llena eres de gracia…

  3. Se reza la jaculatoria: María Madre Mía; líbrame de caer en pecado mortal. Por el amor que te concedió el Espíritu Santo. Dios te Salve María, llena eres de gracia…

  4. Se finaliza con el Gloria y las jaculatorias:

- "María, por tu Inmaculada Concepción, purifica mi cuerpo y santifica mi alma".

- "Madre mía, líbrame en este día de pecado mortal".


La oración es el faro del camino a la salvación y la única que no es escuchada por Dios, es aquella que no fue elevada al cielo.

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