"José, Hijo de David, no temas recibir a María como esposa tuya, pues la criatura que espera es obra del Espíritu Santo" (San Mateo 1, 20).
Así saludó en sueños el ángel del Señor a José, el carpintero de Nazareth que probablemente pasaba una de las noches de mayor tribulación de su vida, pues había recibido la noticia de que su prometida estaba embarazada.
Y pese a que San Mateo nos narra que José siendo un hombre justo no pensaba en dejar sola a María sino que pensaba en abandonarla en secreto; esto no quiere decir que la decisión haya sido sencilla. No pretendo ahondar en las muchas y fortísimas virtudes de San José en este momento, pero sin duda esa virtud de justicia que el evangelista dejó clara, le ayudó a hacer lo correcto y seguir adelante.
Quisiera que pudiéramos ponernos unos minutos en los zapatos de José. Pensemos en él como aquel hombre trabajador que, al igual que todos los demás nazarenos de su edad, está buscando comenzar una familia, pensemos en José como el hombre que ya había iniciado el camino para unir su vida a la de la joven María, el Evangelio nos dice que ya estaban desposados (es decir, que ya estaban comprometidos oficialmente) y se encontraba en proceso de trabajar arduamente para poder construir el patrimonio de la naciente familia. Sigamos pensando en ese hombre entusiasmado por el futuro que le aguarda, lleno de esperanza y de ganas de vivir su nueva vida junto a su futura esposa. Y de repente, ese hombre lleno de anhelos, ilusiones y sueños; recibe una noticia que le hace, muy seguramente, perder por unos instantes el ímpetu que llevaba hasta el momento.
¿Cuántos de nosotros no hemos estado en esa misma situación? Ese momento en que la vida parece que va de maravilla, que todo nos está saliendo bien, que los problemas están detrás y que no tenemos nada de qué preocuparnos; pero de repente algo totalmente fuera de nuestro control amenaza con destruir ese estado de bonanza, seguridad y paz en el que estamos.
Para José no fue diferente a como nos ha pasado a tí o a mí. Sin embargo su respuesta ante ese brinco en el camino es lo que nos puede iluminar en nuestro propio andar.
Volviendo al relato de José, después de haber escuchado al ángel en sueños, toma la decisión de seguir adelante con María sin repudiarla siquiera en secreto. Y va más allá su compromiso con Ella, pues se convierte en pieza esencial para el cumplimiento del plan de Dios. Mucho se habla de la Virgen María y de todo por lo que tuvo que pasar hasta llegar al momento de dar a luz al Verbo Encarnado; sin embargo poco hablamos de San José y déjenme decirles que sin él la historia sería totalmente diferente. El papel de José en el cuidado de María es tan importante como lo es el agua para los barcos, extendiendo esa analogía podemos decir que cuando hablamos de ir a navegar siempre damos por hecho que el mar va a estar ahí; nos preocupamos por otras cosas como el tipo de ropa que llevaremos, la comida, el pronóstico del clima, pero nadie se toma el tiempo de revisar si ese día el mar estará presente. Y, es así como yo veo el papel de San José en esta hermosa historia.
Si bien es cierto que María cargaba en su vientre al Hijo de Dios, Ella no se podía cuidar por sí misma, necesitaba de alguien que le ayudara a pasar por todo aquello que le sucedería durante el embarazo; los dolores, las dificultades para caminar, los cambios de humor y encima de todo el tener que cumplir la ley; pues recordemos que el momento del parto llegó cuando José y María habían ido a Belén para cumplir con el censo ordenado por el emperador de ese entonces.
Pero no nos adelantemos en la historia que aún hay cosas por contar...
Durante los meses del embarazo de María, José fue creciendo en el amor al Hijo de Dios y a su esposa. Aquí serviría recordar todas las virtudes que cubren al santo de santos José. Podemos decir con toda seguridad que el compromiso que hizo José con Dios se vió reflejado en los actos que realizó con María y con el aún no nacido Jesús. Y aquí quisiera poner en relieve el enorme contraste que hay entre el no dejar que Dios nos guíe, y el darle el control de nuestra vida, este punto es clave para entender cómo San José pudo con todo lo que tenía que hacer. Al principio nos hicimos esta imagen de José como un hombre en plenitud que digamos va bien en la vida, pero de repente le llega un cambio imprevisto que le hace tener que replantearse los pasos que dará a continuación.
¿Creen que la historia hubiera tenido el mismo final si San José se hubiera aferrado a tomar decisiones por sí mismo sin escuchar a Dios? ¿Qué podemos aprenderle a este gran santo?
Uno de los títulos que la Iglesia le otorga a San José es el de Espejo de Paciencia. ¡Qué nombre más acertado! Tener que esperar junto con María los meses del embarazo, ayudándola en todo lo que fuera posible (y seguramente más), además de tener que seguir trabajando para asegurarle un futuro a su hijo y esposa. Esa espera que tuvo que pasar San José no fue nada fácil, fueron meses duros, meses que pusieron a prueba todas y cada una de sus virtudes así como todas sus fuerzas humanas.
Nosotros celebramos el tiempo de Adviento preparándonos durante los cuatro domingos anteriores a Navidad para la llegada del Emmanuel. Para José ese adviento comenzó desde que el ángel le habló en sueños. Desde ese momento, él supo que estaría esperando al Hijo de Dios que nacería de María y probablemente a partir de allí supo también que el camino no sería nada sencillo.
Otro título que le da la Iglesia a San José es el de Jefe de la Sagrada Familia, y como tal es que tuvo que actuar, él fue el agua sobre la cual María navegó durante su embarazo e incluso más adelante. Nadie puso en duda si José podría con la carga, simplemente se dió por hecho que cumpliría con su labor y que cuidaría de la virgen y de su hijo hasta que le fuera humanamente posible.
Ahora, quisiera que nos preguntáramos: ¿somos capaces de proveer esa seguridad y amor a los que cuentan con nosotros? ¿Dejamos que Dios nos muestre el camino o nos aferramos a tomar decisiones sin consultarle? Es un hecho que no tenemos que cuidar a la Madre del Hijo de Dios como lo hizo San José, pero sí tenemos que cuidar que el mensaje del Hijo de Dios llegue a donde tenga que hacerlo, Dios nos pide ser el medio a través del cual el Unigénito siga convirtiendo a los corazones, nos pide cuidar de ese mensaje para que Jesús nazca en los hogares de quienes no le conocen, llevarlo a través de Egipto para que no caiga en las garras del relativismo y quede olvidado en forma de una ideología más. Nos pide ser como José, creyendo ciegamente en la Providencia de Dios, entregarnos a la tarea de dar la vida por Cristo, proteger su Palabra como si fuera nuestro propio hijo.
Esperar con José no es para nada una espera pasiva, es esperar con las manos a la obra, preparar la casa para la llegada de Jesús, cuidar de María para que pueda entregar al Divino Verbo al mundo. Es ponernos al servicio de Dios y de su Palabra, y hacerlo de tal manera que en cualquier momento Dios pueda voltear y pedirnos algo. Así como los barcos no le avisan al mar el momento en que zarparán, estar siempre listos para recibir, cuidar y llevar a Jesús a donde sea necesario. Vivir el adviento de San José es estar preparándonos siempre, no solo las cuatro semanas anteriores a la Navidad. Esperar junto con el "Espejo de Paciencia" significa estar siempre atentos, vivir en sintonía con el plan de Dios y estar dispuestos a cumplirlo aunque eso implique un cambio de nuestros propios planes. Y si tenemos miedo, vayamos a José que él nos pone el ejemplo e intercede por nosotros para imitarle en sus virtudes y amor a Dios.