El Catecismo de la Iglesia Católica en su compendio, nos señala que el cielo es el estado de felicidad suprema y definitiva. Nos explica antes, que la vida eterna comienza inmediatamente después de la muerte, y está precedida por un juicio particular para cada persona, por parte de Cristo. Es además una verdad revelada que el Bautismo es la vía necesaria para la salvación y un llamado universal, «id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (San Mateo 28, 19-18).
Constantemente el hombre anhela la plenitud, y aquel que vive en fe o en el bien, desea firmemente “ver a Dios” En la postrimería de su vida, el hombre espera conocer la verdad, así podemos notar en el Evangelio cuando el apóstol Juan nos dice “seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es” (1 Juan 3, 2). El cielo entonces corresponde también a alcanzar una visión y unión plena con Dios. Si bien la fe en la vida peregrina nos permite ver a Dios de manera velada; con el gozo del cielo en la vida eterna, esta unión se cumple de modo magno. Así pues, el compendio subraya que el premio del cielo después de la muerte y para la vida eterna, es estar en torno a Jesús, a María, a los ángeles y a los santos, formando la Iglesia del cielo, donde ven a Dios“cara a cara” (1 Corintios 13, 12).
Sin embargo, la doctrina es clara al señalar que quienes gozan del cielo, son “todos aquellos que mueren en gracia de Dios y no tienen necesidad de posterior purificación”; por tanto, aun cuando todos los hombres están llamados a la conversión y consecuentemente al cielo, debemos comprender lo que sigue. En el momento de la muerte, cada persona es retribuida por Dios según su fe y obras, o bien con el acceso a la felicidad del cielo inmediatamente, o después de cumplir una purificación aún necesaria. Una segunda cuestión es que aquellos que necesitan purificar, mueren en amistad con Dios, pero no pueden gozar del cielo inmediatamente. En tal caso, el alma inmortal queda en estado de purgatorio para cumplir ese cometido. Y, al contrario, la retribución puede consistir en la condenación al infierno, cuando el hombre muere en pecado mortal y por libre elección no acepta la misericordia divina.
Ahora bien, quién muere en gracia de Dios para gozar del cielo, es en principio aquella persona que recibe el Bautismo, pues este sacramento perdona el pecado original e impulsa a vivir una vida nueva en Cristo. Es importante que esa persona viva continuamente en cercanía a Dios, acogiendo la gracia santificante con el amor y guía del Espíritu Santo, perseverando en ello hasta el final. Pero, si una persona no ha conocido a Cristo y la Iglesia, y busca sinceramente a Dios, con buena voluntad y perseverancia en el bien siguiendo el impulso de la gracia, al morir puede acceder a la salvación y el cielo. Esto se llama Bautismo de deseo. También ocurre que aquella persona que se preparaba para recibir el bautismo, pero muere antes a causa de la fe, accede a la salvación; esto se llama Bautismo de Sangre. Y, no podemos omitir que los infantes que mueren sin el bautismo, están llamados a la salvación, por eso la Iglesia señala siempre con esperanza, incluso a través de su liturgia que hay fuertes razones para creer que ellos serán salvados por Dios y por tanto se le confía a su misericordia.
Cristo ha muerto para la salvación de todos, y su obra redentora está siempre abierta, sin embargo, el hombre podría rechazarla e insistir en el mal hasta el final, en cuyo caso al morir no gozará del cielo. Y, si bien hay quienes acceden a la salvación sin recibir el sacramento del bautismo como explicamos antes, esto no significa que se pueda minimizar la necesidad del sacramento ni menos aún retardar su administración, pues es la vía ordinaria para que cada persona pueda contar con la gracia y los dones que le conduzcan a la llamada final de llegar al cielo.
Fuentes:
· Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, no. 209 “Creo en la Vida Eterna” Cfr. CIC no. 1023-1026; 1051.
· Ídem, 212. Cfr. CIC no 1033-1035; 1056-1057.
· Ídem, 263 Cfr. CIC no. 1262-1274.
· Ídem, 261 y 262 Cfr. CIC 1257; 1258-1261; 1281-1283.
· Comisión Teológica Internacional, Esperanza de la Salvación de los niños que mueren sin Bautismo, Sesiones Plenarias 2005-2006; Cfr. CIC 1257.
El Catecismo de la Iglesia Católica en su compendio, nos señala que el cielo es el estado de felicidad suprema y definitiva. Nos explica antes, que la vida eterna comienza inmediatamente después de la muerte, y está precedida por un juicio particular para cada persona, por parte de Cristo. Es además una verdad revelada que el Bautismo es la vía necesaria para la salvación y un llamado universal, «id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (San Mateo 28, 19-18).
Constantemente el hombre anhela la plenitud, y aquel que vive en fe o en el bien, desea firmemente “ver a Dios” En la postrimería de su vida, el hombre espera conocer la verdad, así podemos notar en el Evangelio cuando el apóstol Juan nos dice “seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es” (1 Juan 3, 2). El cielo entonces corresponde también a alcanzar una visión y unión plena con Dios. Si bien la fe en la vida peregrina nos permite ver a Dios de manera velada; con el gozo del cielo en la vida eterna, esta unión se cumple de modo magno. Así pues, el compendio subraya que el premio del cielo después de la muerte y para la vida eterna, es estar en torno a Jesús, a María, a los ángeles y a los santos, formando la Iglesia del cielo, donde ven a Dios “cara a cara” (1 Corintios 13, 12).
Sin embargo, la doctrina es clara al señalar que quienes gozan del cielo, son “todos aquellos que mueren en gracia de Dios y no tienen necesidad de posterior purificación”; por tanto, aun cuando todos los hombres están llamados a la conversión y consecuentemente al cielo, debemos comprender lo que sigue. En el momento de la muerte, cada persona es retribuida por Dios según su fe y obras, o bien con el acceso a la felicidad del cielo inmediatamente, o después de cumplir una purificación aún necesaria. Una segunda cuestión es que aquellos que necesitan purificar, mueren en amistad con Dios, pero no pueden gozar del cielo inmediatamente. En tal caso, el alma inmortal queda en estado de purgatorio para cumplir ese cometido. Y, al contrario, la retribución puede consistir en la condenación al infierno, cuando el hombre muere en pecado mortal y por libre elección no acepta la misericordia divina.
Ahora bien, quién muere en gracia de Dios para gozar del cielo, es en principio aquella persona que recibe el Bautismo, pues este sacramento perdona el pecado original e impulsa a vivir una vida nueva en Cristo. Es importante que esa persona viva continuamente en cercanía a Dios, acogiendo la gracia santificante con el amor y guía del Espíritu Santo, perseverando en ello hasta el final. Pero, si una persona no ha conocido a Cristo y la Iglesia, y busca sinceramente a Dios, con buena voluntad y perseverancia en el bien siguiendo el impulso de la gracia, al morir puede acceder a la salvación y el cielo. Esto se llama Bautismo de deseo. También ocurre que aquella persona que se preparaba para recibir el bautismo, pero muere antes a causa de la fe, accede a la salvación; esto se llama Bautismo de Sangre. Y, no podemos omitir que los infantes que mueren sin el bautismo, están llamados a la salvación, por eso la Iglesia señala siempre con esperanza, incluso a través de su liturgia que hay fuertes razones para creer que ellos serán salvados por Dios y por tanto se le confía a su misericordia.
Cristo ha muerto para la salvación de todos, y su obra redentora está siempre abierta, sin embargo, el hombre podría rechazarla e insistir en el mal hasta el final, en cuyo caso al morir no gozará del cielo. Y, si bien hay quienes acceden a la salvación sin recibir el sacramento del bautismo como explicamos antes, esto no significa que se pueda minimizar la necesidad del sacramento ni menos aún retardar su administración, pues es la vía ordinaria para que cada persona pueda contar con la gracia y los dones que le conduzcan a la llamada final de llegar al cielo.
Fuentes:
· Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, no. 209 “Creo en la Vida Eterna” Cfr. CIC no. 1023-1026; 1051.
· Ídem, 212. Cfr. CIC no 1033-1035; 1056-1057.
· Ídem, 263 Cfr. CIC no. 1262-1274.
· Ídem, 261 y 262 Cfr. CIC 1257; 1258-1261; 1281-1283.
· Comisión Teológica Internacional, Esperanza de la Salvación de los niños que mueren sin Bautismo, Sesiones Plenarias 2005-2006; Cfr. CIC 1257.